OPINIÓN

Oscuro y Lucientes

«Quizás de estas, ya invisibles, se tiznaron los tipos de unos mineros»

Reyes Calvillo

Cádiz

La primera vez que me enamoré, vivía en Madrid. Mi madre siempre cuenta que, en el Prado, salí corriendo cuando vi las Pinturas Negras de Goya. Recuerdo esa sensación como la más aterradora. Un impulso incontrolable de huida ante el terror. El automatismo de la ... supervivencia. El resorte que te sacude hacia la superficie. La necesidad incontrolable de inhalar bajo el agua.

La primera vez que descubrí las dimensiones del teatro, «envejecer, morir» , Andrés interpretaba a Goya. Yo asumí el papel de la Duquesa, supongo que porque era la única majara capaz de elaborar aquel vestido, o porque sonaba bastante creíble eso de que le propusiera a alguien fugarnos a Cádiz. Tenía 14 años. Acababa de descubrir a Platón y que Francisco José de Goya y Lucientes pintaba con velas en su sombrero.

Así se presentaba en el escenario.

Así, le pedía fugarnos a Cádiz.

Hay algo real y tangible en el mundo de las sombras, en esa caverna que refleja el exterior. Hay una luz propia, una candela prendida en nuestro cuerpo, que proyecta ese mundo que deseamos instaurar.

El telón se parte desvelando una Pintura Negra. «Envejecer, morir», del palacio a la mina, «es el único argumento de la obra». La Quinta del Sordo, la Santa Cueva. De Madrid a Cádiz y de la corte a su galería. Oscuro, y Lucientes. El infierno y el Invisible dios Hades.

¿Qué hay dentro de la cueva? Aquello que se observa en el interior no es más que un conocimiento subjetivo, las rejas que lo físico impone sobre el alma humana. El exterior, la luz, una realidad universal carente de estigmas o prejuicios para elevarnos a un mundo verdadero. ¿Somos acaso esos rehenes, esclavos, dentro de esa gruta? El público, acecha libre de conocer, juzgar y opinar con la luz que proporciona el teatro. Con la claridad de la cavea y la orquesta. Soberano para condenar, pulgar al alza o en descenso, a la catábasis.

¿En qué orilla de esta caverna se encuentra el auditorio?

Cuando Goya se desenterró, cuentan, no se encontró su cabeza. La primera vez que entré en un cementerio, fue buscando su tumba.

En el silencio de la noche, con velas en el sombrero, pintaba sus fantasmas y pesadillas en La Quinta. Entre lo oscuro, Lucientes trazaba las sombras que estaban pero solo él veía.

Dicen que parte de las pinturas se ensombrecieron debido al humo de sus cirios y que, otras, ardieron dejando estampas reducidas a meras cenizas.

Quizás de estas, ya invisibles, se tiznaron los tipos de unos mineros.

El cráneo, no sé. La cabeza, seguro, se la dejó en Cádiz.

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