PERDIGONES DE PLATA
La guasa
Se precisa un formidable desahogo para discursear en el nombre del pueblo sin rubor, tan por la cara
Cuando alguien habla en el nombre del pueblo me atrapa la tiritona, el telele, el flato, el miedito, la tos, el tartamudeo, la hiperventilación. Que alguien sea capaz de sentir y de expresar sin rubor lo que exige el pueblo, lo que necesita todo el ... pueblo, lo que reclama el pueblo entero y unido sin ninguna fisura, sin ninguna voz desafinando, me provoca temblor de piernas, vértigo estomacal y migraña profunda aliñada de puro terror. La de sangrientas escabechinas que se han cometido contra el pueblo en el nombre del pueblo. Masacres populares de saldo y venganza, de sangre y arena, de justicia rápida y tortura sádica, contra la inofensiva plebe que pasaba por allí y, a lo mejor, resulta que llevaba gafas, gran pecado que revela a un burgués explotador y no a un simple miope del linaje de Rompetechos.
Lo realmente extraño, lo abracadabrante de estos que en los últimos tiempos hablan en el nombre del pueblo inflando el buche y componiendo pecho palomo, es que no se les caiga la cara de la mera vergüenza. Esto, para mí, es un misterio. Se precisa un formidable desahogo para discursear en el nombre del pueblo sin rubor, tan por la cara. ¿Y qué saben ellos del sentir del pueblo? ¿De qué pozo han extraído semejante habilidad? Enfrascados en sus teorías de salón, ensoberbecidos en sus empanadas mentales, en sus discusiones patafísicas, en sus laberintos de idealismo tontorrón, creen a pies juntillas que han destripado la mente del pueblo y que por eso ellos y sólo ellos son sus amados líderes, sus perfectos salvadores, sus solventes guías. El despotismo ilustrado no era sino broma pacata al lado de sus ensoñaciones de guillotina y horca, de campo de concentración/reeducación y fustazo contra la espalda del osado disidente. La otra mañana, chupando cola en la carnicería del barrio, alguien lanzó una chanza contra el ministro Garzón y su extravagante carnofobía y nos partimos todos el pecho. El pueblo, por suerte, sigue con su chisposa guasa, pero ellos, tan pedantes, no se enteran. Menos mal.
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