tiempo recobrado
Valpuesta desolada
Queda algo en este sitio que se parece a la eternidad
La España vacía o vaciada es una realidad sobre la que se han escrito ríos de tinta en los últimos años. Pero poco o nada se ha hecho para repoblar estas zonas en las que nadie quiere vivir por la falta de servicios y la ... imposibilidad de ganarse el sustento.
El pasado sábado fui con unos amigos a Valpuesta, un pequeño pueblo prácticamente deshabitado en el valle de Valdegovia, situado en la zona limítrofe entre Álava y Burgos. La carretera serpenteaba entre campos cubiertos de nieve y riscos con espesos bosques en los que se ocultan los jabalíes y crecen las setas.
En este lugar solitario y azotado por un viejo helado en estos días invernales, se halla la colegiata de Santa María de Valpuesta, un impresionante edificio con paredes de un metro de espesor y un claustro que era el cementerio del pueblo hasta bien avanzado el siglo XX.
El templo tiene un maravilloso retablo gótico de Felipe Bigarny, unas vidrieras policromadas del Renacimiento que filtran la luz mortecina de la tarde, el sepulcro medieval de un abate y los tubos de madera de un órgano, recubiertos de códices para tapar sus agujeros.
Aquí se encontraron los llamados 'cartularios', datados en el siglo IX, considerados el primer texto escrito con palabras en castellano, anteriores a las Glosas Emilianenses. Eran documentos que servían de registro civil y recogían los edictos eclesiásticos.
En la penumbra de la nave principal, pensé que era una suerte que todo este patrimonio permanezca dormido en la España vacía, fuera de las rutas turísticas. Y sentí envidia por los pocos habitantes del pueblo que han resistido a la tentación de emigrar a las ciudades.
Es inevitable sentir tristeza por la vida que se ha perdido en parajes como Valdegovia, por la ruina de sus casas, la desaparición del ganado y el abandono de sus cultivos. Pero esa desolación ha preservado la pureza de estos lugares y una naturaleza en estado salvaje en la que se puede percibir la insignificancia del ser humano y su fragilidad.
Comí con mis amigos en un extraordinario restaurante llamado Los Canónigos de Valpuesta. Lo regenta un joven matrimonio, Edurne y Paul, con una comida que mezcla la sofisticación con los productos de la tierra. Viven encima del local que tiene cuatro mesas.
Cuando les pedí una tarjeta, me dieron una cartulina caligrafiada a mano y con un dibujo floreado. Me pareció una expresión de su filosofía vital y de las razones que les han llevado a subsistir en este rincón donde acaba el mundo.
Ignoro lo que el futuro puede deparar a esta pareja, pero me parece probable que puedan hallar la felicidad en este valle perdido al que todavía retornan los abuelos para encontrar los vestigios de su infancia en las piedras de caseríos demolidos por el tiempo. Queda algo en este sitio que se parece a la eternidad.
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