TIEMPO RECOBRADO
Elogio del acento
Lo inútil es un aspecto esencial de nuestra cultura y de nuestra forma de pensar. Nos hace comprender mucho mejor la complejidad de lo real
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No fue la guerra de Troya, pero al parecer la batalla entre lexicógrafos y escritores de la Academia resultó bastante cruenta. Finalmente, la pugna derivó en un acuerdo por el que se permite seguir acentuando la palabra sólo cuando es adverbio.
La trifulca no ... dejaría de ser una ironía si no fuera porque lo que estaba en juego era mucho más que la colocación de un acento sobre una sílaba. Lo que se dilucidaba en realidad era una concepción del lenguaje con dos posiciones opuestas: los partidarios del funcionalismo, o sea, de eliminar el acento gráfico, y los que insistían en la necesidad de la tilde.
Aunque ha triunfado la posición que defiendo, me parece un error que la Academia deje al albur de cada uno la decisión de poner el acento en determinada palabra. Eso es insólito, máxime en una institución que tiene que establecer las normas sobre cómo se habla y cómo se escribe. La solución salomónica adoptada para contentar a ambas partes es una claudicación que muestra una voluntad de escurrir el bulto. Pero lo peor del laudo de estos sabios doctores es que abre la puerta a una revisión de la forma de escribir el castellano en la que la simplicidad se impondrá sobre la complejidad del lenguaje. Si se modifica la grafía de las palabras por razones de economía o de uso, lo que se producirá de forma inevitable es un empobrecimiento de la lengua. Y no hace falta recordar lo que afirmaba Wittgenstein: que el pensamiento es el lenguaje.
Nuestra lengua está llena de signos aparentemente inútiles como los acentos, los puntos y comas, los dos signos de interrogación, las comillas y los recursos ortográficos que resaltan una exclamación o una interjección. Son esos símbolos los que ponen en evidencia las connotaciones y los matices de la escritura, a la que vez que trazan el rastro de la propia genealogía del castellano o español, como prefiere la Academia.
Es cierto que la ortografía está llena de normas inútiles que carecen de valor funcional, pero tienen el sentido de constituir un factor diferencial de nuestra cultura y, por tanto, de nuestra identidad. Por eso, como me enseñaron en la escuela, hay que poner la tilde cuando sólo es adverbio y no cuando es adjetivo.
A la hora de construir las columnas del Partenón no eran necesarias las Cariátides, ni Miguel Ángel tenía por qué haber pintado los techos de la Capilla Sixtina, ni Shakespeare recurrir al pentámetro yámbico en sus inmortales Sonetos. Nada de ello era obligado, pero lo hicieron a pesar de su perfecta inutilidad.
Lo inútil es un aspecto esencial de nuestra cultura y de nuestra forma de pensar. Y nos hace la vida mucho más grata. Pero, además de todo eso, nos permite comprender mucho mejor la complejidad de lo real. No olvidemos nunca que a veces las pequeñas batallas son las más decisivas.
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