OPINIÓN

Soy pureta: «¿La edad es solo un número?»

Lo interesante de mi trabajo es que tengo compañeros de todas las edades, desde los dieciocho años a los «taitantos, lo que me dan una amplia perspectiva de lo que les interesa a unos y a otros

Patricia Gallardo

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Al hilo de mi columna del pasado 24 de enero: «¿La edad es solo un número?» me encuentro de nuevo ante un nuevo choque generacional que no termino de asimilar, de unos años a esta parte (no muchos, la verdad) digo que vivo en una ... nueva adolescencia, no porque haga o intente hacer las mismas cosas que hacía con trece o catorce años, que también hago algunas, para que nos vamos a engañar; las chuches no las perdono, sino porque tengo esa sensación de ir a caballo entre dos momentos de vital importancia en la madurez emocional; mientras el adolescente no se considera un niño, pero tampoco quiere poner un pie en la adultez de pleno derecho, esa que te obliga a ser maduro y adquirir las responsabilidades de tu entorno, yo estoy viviendo ese momento en el que aun siendo adulta me siento fresca y vital. Es decir: no me veo vistiendo del Bershka (léase el «bresca») porque no me identifico del todo con su estilo, pero tampoco me veo vistiendo de ciertos departamentos de El Corte Inglés de los denominados estilos clásicos. No soy joven, como el adolescente no es niño, pero tampoco estoy cerca de la senectud, como el adolescente no está cerca de ser adulto. Cierto que hay adolescentes mucho más maduros que ciertos adultos, pero yo hablo del término general de transición, ese que se acompaña de intensos cambios físicos, psicológicos, emocionales y sociales, que a unos les dura más que a otros, cierto, pero del que básicamente se sale. Lo interesante de mi trabajo es que tengo compañeros de todas las edades, desde los dieciocho años a los «taitantos, lo que me dan una amplia perspectiva de lo que les interesa a unos y a otros, y las habilidades de cada uno según la época que les ha tocado vivir. Sin ir más lejos, uno de los de la generación joven no sabía escribir un sobre, de manera formal se entiende, dónde va el destinatario, el remitente, etc. no porque fuera torpe o le faltasen habilidades, ni mucho menos, sino porque no se lo habían enseñado en el colegio, porque ya el correo postal no «se lleva», se ha quedado obsoleto para según qué cosas y hay que ir dando paso a otro tipo de asignaturas, como por ejemplo la alfabetización y competencias digitales. Algo que para mí era obvio, el escribir un sobre de manera formal, parecía algo de otro siglo, y tal vez lo sea, no sé desde cuando no se enseña en lengua, o si se enseña, se hace más de pasada (yo tuve que hacer una carta en el colegio y luego enviarla por correo de verdad) y por esa tontería me sentí mayor, me dio un mini bajoncillo y se lo comenté a modo de chanza a la persona que tenía que tenía que escribir el sobre y su respuesta fue: ¡Anda ya, tú eres una pureta enrrollá! ¡Manejas tela! Lo que yo traduje como que a pesar de que podría tener más años que un bosque de coníferas, les podía seguir el ritmo. Me quedé pestañeando confusa unos segundos porque me había llamado vieja en mi cara, pero a la vez sonó como un halago sincero, y como yo así de «güena gente» me lo tomé a muy buenas y me reí de buena gana. Así que un término que según la RAE significa viejo o anciano (coloquial y despectivo) yo lo reciclé como una persona con experiencia (eufemismo de con varios años encima) que no se queda atrás con las tendencias actuales, bueno al menos con un 90% de ellas. De hecho, me pareció tan divertida la situación que hasta hice un vídeo de TikTok (@patriciaescritora27) «Sí soy pureta, pero…», me salió tan simpático que se me quitó toda la tontería existencial.

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