OPINIÓN
Madres
La mía desafortunadamente ya no se encuentra entre nosotros, pero como es obvio dejó una profunda huella en mi carácter, enseñándome con su ejemplo que ser buena persona hace que te rodees de mejores personas
Sí sé que hoy es jueves y que el día de las madres fue el domingo, pero es que esta columna la empecé a escribir el mismo domingo, día de la madre (en España, claro). Y me salía de dentro hablar sobre nuestras madres y ... homenajearlas, a mi manera, en este rinconcito semanal que a bien tiene el diario a dejarme. La mía desafortunadamente ya no se encuentra entre nosotros, pero como es obvio dejó una profunda huella en mi carácter, enseñándome con su ejemplo que ser buena persona hace que te rodees de mejores personas, que el trabajo duro tiene su recompensa, bueno en realidad su frase era que «en los trabajos hay que aguantar mucho» y que hay que perseverar en las cosas porque nadie da duro a pesetas, o en argot más actual euros a céntimos, que hay que luchar por los sueños, pero con un dedito del pie, al menos, tocando el suelo. Que si un plan no sale, que hay que buscar otros que nos cuadren también, y que estuviéramos atentos a la vida, «porque Dios aprieta pero no ahoga, aunque a veces te ponga el pescuezo en un hilo» el divorcio forjó su carácter resiliente y del pan duro hizo migas y de las migas, flan de pan. Ella me hizo amar la lectura, a pesar que de que le decían que las novelas de Harlequín no eran lecturas serias, pues mira gracias a ellas y a los tebeos, ahora soy escritora; uno de esos sueños cumplidos con el dedito del pie en el suelo, la echo muchísimo de menos, sería delito no hacerlo, pero no lo hago con tristeza en el corazón porque ella era muy práctica y no hubiera querido que anduviera llorando por las esquina demasiado tiempo, un par de lágrimas, un clínex y para casa que hay que hacer la cama. Y como mi madre, estoy rodeada de otras madres de diez. Madres amigas, de las de ahora, con valores humanos que superan cualquier charla de ética y moral, porque ellas no hablan, actúan y mueven el mundo, madres empoderadas que ya lo eran mucho antes de que existiera la palabra. Madres, de las de antes, que con muchas limitaciones nos han dado herramientas infalibles para tirar «pa'alante». Aquellas que con sus conocimientos innatos, casi instintivos, nos enseñaban artes y oficios, no solo para aprender, sino para mejorar y desarrollarnos, crecer como adultos. Una de estas madres es la madre de mi amiga Sonia Fernández quien trabajaba en las máquinas de coser (es decir, maquinista) de una fábrica de piel de Ubrique y que desde muy pequeña enseñaba a su hija como ensartar una aguja, como llenar una canilla, como enhebrar el hilo… en resumen: todos los entresijos de una fábrica de marroquinería (o «petaquería» como le dicen por allí). Y gracias a ella, mi amiga Sonia es una de las pocas mujeres que, actualmente, dirigen un taller de piel en Ubrique, un taller que trabaja bolsos de lujo para ser más exactos. Tiene a su cargo una treintena de personas, a las que les reparte el trabajo de corte, costura, pintura… (En los que ella misma trabaja); un puesto que hasta hace pocos años solo era ejercido por hombres, y lo ha conseguido porque su madre no solo enseñó a su hija, sino que la inspiró a ir más allá, a forjar un carácter fuerte para luchar por lo que quería y querer avanzar constantemente, y ¿quién sabe? tal vez algún día tener su propio taller. Sonia también es madre, de esas de cuyo ejemplo hay que seguir, por supuesto. Así que desde aquí felicitar a todas las buenas madres, porque no todas son buenas. En especial a la mía allá donde esté, a mis madres amigas, a las madres de mi familia y de mi seres queridos.