Experimentos conductuales, el laberinto y el ratón

Cada vez que salgo por la mañana temprano a trabajar, me voy con la incertidumbre de a saber qué cambio me voy a encontrar a la vuelta

En la zona por dónde yo vivo hay varias obras en marcha, bien por parte del ayuntamiento, bien por parte de particulares. Alguna de gran envergadura como la zona de la Magdalena (donde ponen la feria de San Fernando) que es una gran bolsa de ... aparcamiento, cuando no hay feria, ni mercadillo. Otras de envergadura media como una calle de longitud media y con gran afluencia de tráfico, en la que de momento tampoco se puede aparcar. Y por último, algún que otro socavón delimitado por grandes conos naranjas o vallas amarillas, que por supuesto también limitan el aparcamiento a una o dos plazas menos. Sin contar con los arreglos de fachadas y rehabilitaciones de viviendas particulares, con la consecuente ocupación de la vía con los contenedores de escombros o con los albañiles que deben parar el tráfico, mientras su compañero pica la pared o utiliza la Karcher, por lo que resulta particularmente molesto circular por dichas zonas. Sí, ya sé que es para mejorar las instalaciones de la ciudad, y que deberíamos ser pacientes, pero la paciencia siempre ha sido una virtud, o vicio según se mire, bastante sobrevalorada y subjetiva. Sobre todo, cuando una de las obras lleva dos o tres meses de retraso, no voy a indagar en el por qué, pero se dice que por falta de materiales, ojo, se dice por ahí, solo hago eco de los rumores vecinales, y que dicha obra encima afecta a una arteria principal alterando todo el tráfico del barrio, además de solaparse con la otra obra de gran envergadura y con las 'mijillas' particulares, pues resulta bastante molesto e irritante.

El barrio está patas arribas, con cambios de sentido y nuevas señales temporales que varían cada poco tiempo, ¡Ah y se me olvidaba! A las obras hay que sumarles los cortes de calle por festejos estivales y carreras populares, lo que hace que circular por el barrio sea una odisea estresante. Cada vez que salgo por la mañana temprano a trabajar, me voy con la incertidumbre de a saber qué cambio me voy a encontrar a la vuelta, haciéndome sentir como esos ratones de laboratorio con los que hacen experimentos conductuales en los que se les mete en un laberinto y va moviéndose a través de los pasillos, tropezándose con paredes y rincones que les hace cambiar de calle y de dirección, en busca de su objetivo, en su caso, su premio: que suele ser su trocito de queso, y en el mío, llegar a mi calle para soltar los bultos y después encontrar aparcamiento, que si antes era difícil ahora es prácticamente imposible, incluso en zona azul. Así que no me pidan paciencia, porque me la están agotando con tanto mareo de señalización y otras afrentas. Con afrentas me refiero a encontronazos con algunos obreros, de manera particular he decir, ya que la mayoría de ellos son muy amables. Hubo uno en particular en el que, por mi ignorancia, había aparcado donde no debía y justo antes de bajarme, me encerraron con una valla amarilla para dejar pasar sus camiones, sin ni siquiera mirarme a la cara, ya que aún estaba en dentro del coche, (porque todavía entendería que bloquearan el coche o me multaran si está mal estacionado y lo he dejado solo) y sin un «señora, ahí no se puede aparcar, ¿le importaría quitar el coche?», y yo por supuesto hubiera contestado: «Sí, claro» y me hubiese ido. Así que no, no me pidan paciencia, no cuando hasta las pasarelas peatonales cimbrean por estar precariamente apoyadas. Ojalá que pronto liberen al ratón de su laberinto.

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