OPINIÓN
El cuento de la afgana
Esta distopía lejana es una realidad cercana que se hace más patente estos días en Afganistán, que ha recrudecido sus leyes aún más si cabe
Si hay lecturas que me sobrecogen más que las de terror, son las distopías, aquellas historias sobre el declive de la humanidad en un futuro incierto, pero que se intuye como cercano, ya sabéis nada de naves espaciales de por medio, como por ejemplo la ... novela 1984 (George Orwell, 1949), esas que dices: «Es ficción, pero puede pasar» y te entra un escalofrío en la nuca mientras lo piensas, la frase «la realidad supera la ficción» le haría una relectura y diría «la ficción predice la realidad» y no me refiero a los inventos de Julio Verne, por ejemplo, que eso está bien, sino más bien a las miserias que puede sacar a la luz el carácter humano. Pero sin duda alguna, la distopía que más me ha inquietado de todas las que he leído a lo largo de mi vida es El cuento de la criada (Margaret Atwood, 1985), lectura que ya conocía de mis años de facultad y no por la moda de la serie actual, (que por cierto es muy buena, pero algo cansina en sus últimas temporadas) por lo que su lectura me cogió más «tiernita» e impresionable, y si a eso le sumas que también vi la peli de los 90 pues más marcada quedé. Todo sabemos grosso modo que la historia va de un futuro en el que las mujeres son anuladas, pierden sus derechos y son vistas como simples reproductoras, las fértiles, o sirvientas bajo un régimen de fanatismo religioso, ¿de qué me sonará eso? El impacto de esta novela, según mi punto de vista siempre, es que la historia transcurre en un país que el pasado presumía de tener derechos y libertades, como es EEUU, y que termina en un régimen absolutista (la ficticia República de Gilead), y claro eso no puede pasar en un país del «primer mundo», donde la educación, el bienestar social y el desarrollo de la nación debe estar a la orden del día. ¿Pero qué ocurre en aquellos países que no forman parte del G8? Que esta distopía lejana es una realidad cercana que se hace más patente estos días en Afganistán, que ha recrudecido sus leyes aún más si cabe, cuyas mujeres podría perfectamente escribir su particular El cuento de la afgana, si es que les dejaran escribir claro, porque ya ni hablar en público pueden, pero no me refiero a coger un micrófono y dar un mitin, no, sino a simplemente hablar con el frutero que le vende lo que buenamente puedan comprar, no pueden asomarse a los balcones, no pueden hacer ruido, no pueden llevar perfume, antes al menos podían pasear solas entre ellas con una «simple» autorización de un varón, ahora tienen que ir obligatoriamente acompañadas por un «mahram» pariente varón directo, no pueden estudiar, no pueden recibir asistencia sanitaria básica, no pueden…, en definitiva no pueden vivir por culpa de la «Ley de Moralidad» emitida por un gobierno que se considera de facto, ni siquiera es legal. ONU MUJERES muestra su preocupación al respecto, llevan tres años preocupados, vaya…, pero claro el mundo anda muy revuelto y la ONU anda desbordada, además de que los conflictos van por temporadas como la moda, hace unos meses era Rusia, ahora toca Venezuela, África y Asia tienen su temporada de entretiempo, y mientras que van poniendo parches tapabocas, la mierda se sigue barriendo debajo del alfombra. He escuchado voces «ultra feministas», permitidme usar el término, diciendo que estas mujeres se deberían unir y rebelarse. Hay dos citas del El cuento de la criada que dicen: «Lo peor que puedes hacer a alguien es dejarlo sin opción» y «no se puede fingir no tener miedo». ¿Qué opciones tienen las afganas aparte de tener miedo?
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