Editorial

Opacidad sobre Marruecos

El presidente del Gobierno evita dar explicaciones sobre nuestras relaciones con el país vecino y convierte su comparecencia parlamentaria en un nuevo mitin electoral

Editorial ABC

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El presidente del Gobierno compareció ayer en el Congreso de los Diputados para dar cuenta, entre otras cuestiones, de las relaciones entre España y Marruecos. En un uso interesado y poco formal de las instituciones, Pedro Sánchez intentó convertir su comparecencia parlamentaria en un nuevo mitin en el que se sirvió del tiempo en tribuna para formular anuncios de carácter eminentemente electoralista vinculados con la política de vivienda. A pesar de lo consignado en el orden del día, el presidente no brindó ninguna explicación sobre el conjunto de anomalías que vienen dándose entre el Ejecutivo y nuestro país vecino.

La política exterior es uno de los ejes fundamentales de cualquier nación y el propio presidente Sánchez ha intentado proyectar una imagen de especial prestigio en el contexto internacional. La intención de presentarse como un líder global antes de asumir la presidencia europea contrasta con los logros reales de su agenda exterior. Es cierto que el líder socialista ha demostrado cierta solvencia en el contexto europeo, donde es capaz de comunicarse con fluidez con sus pares comunitarios. Sin embargo, el éxito de nuestra política exterior se cifra, en gran medida, en el modo en que nos relacionamos con Marruecos, y es ahí donde el relato del presidente Sánchez empieza exhibir ciertas fisuras y, sobre todo, un inexplicable oscurantismo.

Cuando Sánchez fue nombrado presidente del Gobierno sorprendió que su primer viaje no le llevara a suelo marroquí, como dictaba la costumbre. En aquel tiempo, se adujo un problema de agenda del rey Mohamed VI para recibirlo. La recepción tampoco tuvo lugar el pasado mes de febrero, cuando se celebró la Reunión de Alto Nivel entre los dos países y todavía no hay fecha para que se celebre, finalmente, el encuentro entre el monarca marroquí y el líder de nuestro Ejecutivo. Son muchos los acontecimientos que habrían requerido una explicación, empezando por los sucesos acontecidos el pasado 24 de junio en la valla de Melilla y que se saldaron con al menos 23 personas muertas. La gestión de aquella tragedia requirió la atención del Defensor del pueblo y sirvió para que el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, fuera reprobado. El conjunto de anomalías recientes en la relación del PSOE con Marruecos es creciente y no se detiene ahí. La exministra de Vivienda en tiempos de Zapatero, María Antonia Trujillo, ha reivindicado en varias ocasiones la condición marroquí de Ceuta y Melilla, por ejemplo. El pasado enero, salvo Iratxe García, los socialistas votaron en el Europarlamento en contra de una resolución en la que se instaba a Marruecos a respetar la libertad de expresión y a garantizar un proceso justo a los periodistas encarcelados, una iniciativa que recabó, naturalmente, el apoyo mayoritario de la Cámara.

Sin embargo, la ruptura con la causa saharaui es, sin duda, el movimiento más extraño que ha realizado en los últimos tiempos el PSOE. En contra de las resoluciones de la ONU, de la opinión de sus socios de gobierno y quebrando la tradicional identificación del partido y su militancia con la independencia del Sahara Occidental, el Ejecutivo asumió la iniciativa marroquí como «la base más seria, realista y creíble para la resolución del diferendo». El presidente del Gobierno tuvo ayer la oportunidad de explicar a la ciudadanía española el porqué de tantos gestos insólitos, movimientos todos ellos que deberían abordarse desde la transparencia y la rendición de cuentas debida. Máxime, cuando su vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, no titubeó al considerar a Marruecos como una dictadura en un programa de televisión el pasado domingo.

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