OPINIÓN

Pocas luces

Que el mal ejemplo y la inoperancia de otros nunca desgaten nuestra voluntad de hacer bien nuestro trabajo

Nico Montero

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Valga mi columna como desahogo compartido con todos mis queridos lectores. Sirvan estas letras como válvula de escape de la rabia contenida y racionalizada. Sea esta columna un texto terapéutico sin más pretensión que ejercer de lícito berrinche y pataleo con el que canalizar la impotencia y la desazón acumuladas de quien constata ser una pequeñísima y maltratada pieza de un enorme puzle de intereses creados. Así, como según relataba el libro sagrado cuando David se enfrentó al gigante Goliat, me contemplo desde hace meses, aunque sin el acierto y la victoriosa puntería davidiana. Ando enmarañado en una tediosa y cansina batalla quijotesca contra un gigante para el que solo soy una micropartícula insignificante y prescindible, un ciudadano más, o más bien, menor.

Se preguntarán de qué va la cosa. Les resumo el padecimiento. El pasado mes de Febrero, cuando Cádiz estaba celebrando con júbilo la fiesta más grande de todas, en mi domicilio se sucedieron otro tipo de explosiones, y no de confetis y papelillos, sino de gas. Gracias a Dios, pequeñas, aunque muy ruidosas, y preocupantes por el olor a gas resultante. Ese artefacto, llamado popularmente calentador, y su mal funcionamiento, provocaba esos estruendos y olores. Tras llamar a Endesa, se personó un técnico de la subcontrata, Tarsis, que después de sus pesquisas, nos invitó a ventilar bien la cocina y esperar noticias para la reparación de la avería. Hasta aquí, dirán ustedes, nada destacable.

Pero, según fueron pasando los días y semanas, y ante el vacío de noticias, tanto del técnico a quien llamaba y mandaba mensajes de whatsapp, como de Endesa, volví a llamar a la especuladora de las energías, y conseguí hablar nuevamente con un telefonista al que conté mis pesares, pero que no supo concretarme nada y simplemente abrió otro nuevo parte de avería. Tras esperar unos días, y ya nos habíamos adentrado en el mes de marzo, volvieron a enviarme al mismo técnico de la vez anterior, quien no recordaba nada, y volvió, como en el día de la marmota, a hacer el mismo ritual de fotitos y cumplimentación documental. Se marchó con la promesa de noticias para solucionar el desaguisado. Llegó el mes de abril, pasó Semana Santa y nada de nada, pese a la Pascua el calentador seguía sin resucitar. Volvimos a llamar a Endesa, esta vez, con el cabreo propio de no entender la indolencia y falta de diligencia. Y ¿Cuál fue el resultado?: ¡Abrieron un nuevo parte de avería! El tercer parte de la misma avería, el eterno retorno de lo mismo, como diría mi querido Nietzsche. Y siguiendo lo esperado, enviaron nuevamente a un técnico, esta vez otro diferente, tras mi insistencia de que no fuera el mismo que no respondió a mis llamadas y mensajes. Llegó el nuevo, con más intención que el anterior, pero sin tener la más remota idea del caso, por lo que tuve que contarle toda la odisea desde el principio. El ritual se repitió como en las veces anteriores, (deber ser una liturgia muy asentada entre los técnicos de gas) e hizo las fotitos de rigor, cumplimentó el formulario digital en su móvil y me dijo que tendríamos noticias. Pasó Mayo, sus días y sus noches, y nada de nada.

Volví a llamar a Endesa, logré hablar con alguien por encima del telefonista, alguien en un escalón superior en la jerarquía de poder de la multinacional. Tras una larga conversación dándole mil vueltas al asunto y explicarle la gravedad, tras advertirle que no me quedaba más remedio que emprender acciones legales y exponerle la inmoralidad de la forma de proceder con un cliente que tiene contratado el mantenimiento y que aún les está pagando el inoperativo calentador que ellos han colocado en mi casa, la única respuesta que me dio fue: «lo siento mucho, me da vergüenza todo, pero no puedo hacer nada».

A fecha de hoy, y tras 4 meses de pesares, aun no tengo noticias. Espero poder darles una buena nueva en mi próxima entrega. Que el mal ejemplo y la inoperancia de otros nunca desgaten nuestra voluntad de hacer bien nuestro trabajo y el servicio a la sociedad que desempeñamos allí donde estemos.

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