Ocho urnas vacías
Custodio ocho urnas en mi despacho que reposan sin saberse futuras depositarias de los anhelos, esperanzas y la voluntad de todo un país, de su destino
Hoy, mientras lees esta columna, a cuarenta y ocho horas de las elecciones, y como en tantas ocasiones desde que estoy al frente del IES Fernando Aguilar, estaré preparado con esmero las cuatro mesas electorales de mi centro. En nuestro caso, atender este compromiso en pleno mes de Julio no es objeto de malestar alguno, ni ha generado un cambio de planes, porque durante el largo mes de Julio el equipo directivo sigue trabajando en ese difícil puzle de ultimar los horarios, las listas y toda la planificación del próximo curso escolar.
Desde hace unos días, custodio ocho urnas en mi despacho y me acompañan durante la jornada cotidiana. Envueltas en sus plásticos negros, inertes y alejadas del bullicio y el ajetreo que les espera, reposan sin saberse futuras depositarias de los anhelos, esperanzas y la voluntad de todo un país, de su destino. En el corazón del verano estamos llamados a decidir, y aunque el ritmo vital y los intereses están en otros lugares y estados vitales donde reina la relajación y la necesaria y saludable despreocupación, estamos llamados a ejercer ese intransferible derecho por el que muchos entregaron incluso su propia vida, el derecho a votar. Una oportunidad no al alcance de todos y por el que aun suspiran y luchan en el mundo muchos ciudadanos que sobreviven bajo el deleznable yugo anacrónico de los tiranos del siglo XXI.
Poner las urnas es lo que llamaría el teólogo Leonardo Boff, un sacramento de la vida, un hecho que va más allá del hecho en sí, una realidad de tal fuerza y sentido cuyo valor no depende del resultado del propio plebiscito. Se trata de una acción que señala a algo que lo trasciende, con un simbolismo y significado vital para todos los que ejercen la liturgia de votar. Las urnas son la expresión y la celebración de la voluntad intransferible de cada ser humano, y a la vez, la manifestación popular de la voluntad sumada de todos, donde independientemente del resultado, todos salen ganado porque a nadie se le privó el derecho a expresar su voz conforme a su conciencia, porque todos, al depositar su voto, han sido protagonistas de su historia y la historia compartida.
No hay votos de primera clase o de segunda, ni votos que valen doble, ni papeletas vip o votos de oro. Todos valen lo mismo, pero no son lo mismo para todos. Hay muchos para los que el voto es un motivo de esperanza, mientras que para otros es la oportunidad de castigar según la gestión. Unos votan con desazón y hastío, y otros con rabia. Los hay que votan en blanco, y algunos al azar. Incluso hay quien vota nulo y también quien pasa de votar. Cada uno se enfrenta a la urna desde su propia realidad, con su bagaje personal, sus heridas, agravios o fortuna. Algunos, con las ideas maduradas o a medio tiempo de cocción, otros teniendo en la retina el recuerdo de la última discusión de cafetería, o el último debate televisivo, o la última noticia leída, o el nuevo titular que golpea la actualidad… Ya sea con el estómago, con el corazón, o con la cabeza, cada uno ante la urna, en la soledad del voto, deja mucho de sí mismo en esa sufrida caja transparente, que recogiendo tantos pensares y sentires, tantas emociones y pasiones, no explota milagrosamente.
Sea como sea, hay que votar, siempre votar. Es necesario ser partícipe de la política, de los asuntos de la polis, porque solo los estúpidos ignoran que el bien común es la semilla de la felicidad personal. Es urgente ser ejercientes de nuestros derechos como ciudadanos libres. En tiempos de desafección política, no hay que ceder el terreno que nos pertenece a unos pocos interesados. La tierra es de quien la trabaja, y todos los que construimos este bello país, no podemos hacer dejación de funciones y responsabilidades. Si no votamos, si dejamos en manos de unos cuantos, las decisiones sobre nuestro futuro y nuestra felicidad, habremos malogrado la mayor herencia recibida, atesorada con el sudor, lágrimas y generosidad de los padres y madres de la democracia: la libertad. Buena jornada electoral, espero que las ocho urnas que acabo de poner en sus mesas, rebosen de voluntades, y que todo sea para el bien común.