Juventud acumulada
Me gusta pensar que envejecer no es sinónimo de declive y ocaso
Este verano, mientras pululaba con mi banda por Turín ofreciendo unos conciertos y prestando servicio musical en un encuentro juvenil de cientos de jóvenes venidos desde España, tuve la fortuna de poder saludar a mi viejo amigo Juan Carlos, salesiano destinado en Roma y desde ... ahí moviéndose por muchos países como visitador de numerosas presencias de los salesianos en el mundo. Le dije que lo veía magníficamente y que por él no pasaba el tiempo. Me sonrió y pronunció, entre bromas, una frase que me pareció muy acertada: «Yo no me hago viejo, Nico... Lo mío es juventud acumulada».
¡Juventud acumulada! Me pareció un concepto maravilloso y una interpretación del paso de los años muy alentadora, más inspiradora que «ancianidad» o «tercera edad». Cuando se es muy joven se está en otras cosas, más inmediatas y estacionales, ajenos a una perspectiva de gran trayecto, pero según uno va cumpliendo años, y sobre todo cuando se traspasa la línea de la cincuentena, uno empieza a desarrollar un relato de la vida como historia y a la par, a generar una simpatía especial por la generación inmediatamente posterior, a la que uno se va acercando inexorablemente.
Vivimos en uno de los países más longevos del mundo, y hoy por hoy, la jubilación llega a muchos en un estado de forma física y mental envidiable. Me gusta pensar que envejecer no es sinónimo de declive y ocaso. Así, como decía mi amigo Juan Carlos, cumplir años puede ser la oportunidad de acumular juventud. No porque la vejez sea mala y la juventud el único estado significativo, sino porque el espíritu joven que nos habitó antaño y fue el motor de muchas opciones y aventuras personales que atesoramos en la memoria y forjaron quienes somos, no deber quedar enterrado bajo la losa del tiempo como si fuera un espíritu caduco e improcedente.
Cumplir años es un reclamo a tomar conciencia de que el niño o la niña que habita en nosotros, no debe desaparecer a razón del número de veces que demos vueltas al Sol. Es una invitación a no perder la ilusión y la capacidad de sorpresa, a comprender que nunca es muy tarde para recorrer rutas desconocidas y desempolvar el baúl de los sueños aparcados, y sobre todo, para hacer realidad algunos anhelos que la vida y las ocupaciones dejaron en la cuneta.
Los domingos, al caer la tarde, me encanta caminar por nuestro envidiable paseo marítimo, y es muy alentador contemplar a la altura del monumento a Gades a un nutrido grupo de personas de juventud acumulada que, pertrechados con un equipo de sonido y buena música, disfrutan bailando mientras los transeúntes miran sorprendidos. Ellos saborean la vida sin complejos ni vergüenzas, con esa madurez que da venir de vuelta de muchas cosas y saberse afortunado de estar vivo. Cuando murió mi padre, mi madre tenía 58 años. En ese momento, brotó en ella la necesidad de hacer algo que fue sin duda una de las mejores etapas de su vida. Junto a otras voluntarias, se dedicó en cuerpo y alma a gestionar una casa de acogida para personas sin hogar en Huelva, un espacio de cuidados y atención a las personas sin techo de las calles onubenses.
Allí estuvo 20 largos años, desgastando su vida en una historia de solidaridad y compromiso que le hizo inmensamente feliz y sentirse muy viva. Con 78 años y con su tarea cumplida vino a vivir con nosotros a Cádiz y a recibir los cuidados que ella había procurado para tantos indigentes de Huelva, esos que cuando la veían pasar por las calles gritaban su nombre con los ojos encendidos: ¡Esperanza!
Cada uno debe encontrar en cada etapa de su vida el sentido de sus días. No es tarea fácil, sobre todo cuando la vida golpea, y la fragilidad, la enfermedad o la soledad nos visitan, pero dotar de significación y contenido la vida en cada momento es la diferencia entre tomar las riendas del proyecto vital o dejarse arrastrar por la inercia, y en el peor de los casos, por el sinsentido. Eso les deseo, que sigan acumulando juventud con mucha salud y creatividad.