opinión
Gracias, Rafael Utrera
Cuando muere un docente, algo de nosotros se va con él y algo de él se queda en nosotros para siempre, grabado a fuego, como herencia intangible
Cuando muere un docente, algo de nosotros se va con él y algo de él se queda en nosotros para siempre, grabado a fuego, como herencia intangible, pero real y presente como la vida. Hace unos días, la muerte nos arrebató injustamente a un gran ... hombre, un ser humano excepcional, Rafael Utrera. Profesor de inglés, pertenecía a esa vieja guardia de profesorado que en los años 80 forjaron centros educativos que hoy son una realidad gracias al tesón de quienes entonces se dejaron la piel. Durante 20 años fue Secretario del IES Fernando Aguilar, con tres directores distintos, y una actitud de servicio inquebrantable.
Nació en Cádiz, el segundo de seis hermanos, un ocho de agosto de hace 64 años. De sus primeros años de vida, relataba que tuvo algo tan británico como dos 'nannies'. Con cuatro años, empezó a asistir a la academia privada de D. Eduardo, que estaba en la gaditana plaza del Árbol, donde le enseñaron las primeras letras. Después, pasó a los Salesianos, donde cursó primaria, bachillerato elemental y bachillerato superior de letras puras, porque según decía, no se enteraba de nada en Matemáticas (con lo bien que luego se le han dado las cuentas en su gestión de administrador y secretario...). C.O.U. lo estudió en el I.E.S. Columela. En esos años, pasó todas las reválidas habidas: reválida de cuarto, reválida de sexto, hasta que obtuvo el mítico título de C.O.U.
Durante los años de bachillerato formó parte de la compañía de teatro del colegio, pasión que le acompañó hasta el final de sus días. Mientras estudiaba, y para conseguir algún dinerillo, empezó a trabajar en una droguería que aun existe en la Calle Hospitalito de Mujeres, vendiendo desde escupideras, chatas y colonias a granel, hasta rieles de cortinas. Allí estuvo dos años. Una temporada, trabajó colocando antenas de televisión, una tarea de altura que le permitió conocer otra perspectiva de Cádiz. En esos años despertó en él una inquietud política y social que le llevó a colaborar como voluntario en la J.O.C. y con diversas asociaciones que realizaban trabajo social en el barrio del Pópulo y San Juan.
Aprobada la selectividad, la primera selectividad de la historia, se matriculó en el antiguo Colegio Universitario de la Facultad de Filosofía y Letras, e inició los estudios de Filología Anglo-Germánica allá por el año 1975. Decía que estaba predestinado a ello. Tres hitos así se lo hicieron creer. El primero, un accidente doméstico, donde terminó con puntos de sutura en la lengua. Nadie le entendía cuando hablaba, y todos en su casa le decían «¡este niño habla inglés!». El segundo fue que al comienzo del bachillerato elemental, y tras un año preparándose para francés, el centro cambió el idioma y solo se impartía inglés. Y el tercero, la música, pero no la de los Beatles, que era lo corriente, sino la de Leonard Cohen que le encantaba. En el colegio universitario estuvo tres años, y a partir de segundo, le contrataron en la Academia Universitas de la Plaza de las Flores donde dio sus primeros pasos en la enseñanza, dando clase de refuerzo y recuperación de verano. Ese fue su bautismo de fuego. Y el inicio de su pasión por la enseñanza.
Los dos últimos años los estudió en la Facultad de Filosofía y Letras en Sevilla. Durante ese tiempo viajó por primera vez a Inglaterra planificando su propio Erasmus: tras estancias en varias localidades, terminó siendo el único español a kilómetros a la redonda en una granja, donde aprendió a dar de comer a las gallinas y ordeñar vacas, eso sí, todo en inglés.
En 1982, aprobó las oposiciones. Consiguió plaza en Sanlúcar de Barrameda donde ejerció tres cursos. Y por fin llegó a Cádiz, destinado al antiguo Corralón. Sólo estuvo para el claustro de secesión, pasando al Instituto de F.P. nº1 de Cádiz, ahora conocido como IES Fernando Aguilar, y eternamente como 'Telegrafía'. De los inicios de éste, siempre nos contaba la ilusión con la que iban solventando los problemas y la precariedad que conlleva poner en funcionamiento un centro nuevo y complejo. Hace cuatro años, en su jubilación, le pregunté qué había sido lo mejor de su vida docente. Me dijo: «la sensación íntima de formar parte de la vida de muchos, un poco como arquitecto, otro poco como psicólogo, solventando problemas académicos pero a la vez lidiando con los problemas sociales y emocionales de tantos y tantas alumnos y alumnas».
Querido Rafael. Gracias por tanta vida regalada. Perdemos un hombre excepcional e irrepetible, aunque siempre vivirá en el corazón de su familia y en el de los que tuvimos la fortuna del regalo de su amistad.
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