Opinión

El corazón del mundo

Acabamos de celebrar el Día Internacional del Voluntariado, una oportunidad para rendir un sincero homenaje a tantos hombres y mujeres que regalan su tiempo, sus esfuerzos y sus desvelos en favor de los más desfavorecidos

Mientras el mundo entero tiene los ojos puestos en Catar y su mundial, donde un nutrido grupo de jóvenes ricos y acomodados juegan a meter la pelotita entre tres palos, en complicidad con una gran maraña de intereses creados bajo el fin último y supremo ... de hacer mucho dinero, cientos de miles de jóvenes de todo el mundo y otros cientos de miles no tan jóvenes, se parten la cara cada día por sacar adelante realidades a las que los gobiernos y las instituciones ni llegan, ni se les espera. Acabamos de celebrar el Día Internacional del Voluntariado. Una oportunidad para rendir un sincero homenaje a tantos hombres y mujeres repartidos por todo el mundo que de manera generosa y altruista regalan su tiempo, sus esfuerzos y sus desvelos en favor de los más desfavorecidos.

Ellos no abrirán los telediarios y no serán portadas de los grandes noticiarios. No firmarán contratos ni exclusivas, y tampoco serán objetos de los flashes, aplausos y autógrafos, sin embargo, sin ellos, cientos de miles de personas quedarían a la deriva, relegados a la desdicha y al infortunio. Son los héroes anónimos que cada mañana se levantan para hacer que este mundo sea más noble y bello, y que aquello que denominamos humanidad, sea reconocido por todos con la dignidad que merece. Los verás donde la mayoría pasamos de largo y nos ponemos de perfil.

Son el calor en la noche para los indigentes que mal viven a la intemperie, abrazo y compañía para los ancianos que viven solos y abandonados, son el pan y la sonrisa para las familias que no tienen que llevarse a la boca, son apoyo y sostén para quien sufre discapacidad, compañía en las duras jornadas de hospital, refugio de migrantes y de tantos que huyen de la persecución y la barbarie, protectores del medio ambiente, son en numerosas ocasiones la voz de los sin voz, y con la fuerza de su coherencia, la voz de nuestra conciencia.

No piden nada a cambio, porque han experimentado que por encima del dinero, del éxito, de los honores y dignidades, hay cosas que ni se compran ni se venden. Han madurado un amor solidario e incondicional que rebosa con una fuerza imparable, y a la vez, impagable. En un mundo marcado por la agudizada globalización del capitalismo individualista e insolidario, ellos son el contrapunto, el giro de 180 grados, los peces de ciudad que no siguen la corriente, la punta de lanza que se adentra en los abismos para ser luz en medio de tanta oscuridad. Ni buscan ni persiguen el selfi de la autocomplacencia, porque no viven posando en la transitada galería de los insatisfechos, que necesitan exhibirse buscando el reconocimiento y el triunfo virtual, a golpe de likes.

Los encontrarás en los bancos de alimentos y en los comedores sociales, en los asilos y en los hospitales, en las casas de acogida, en los montes y en los mares, en las frías madrugadas, en las calles y sus noches, en las prisiones, las chabolas y en los barrios marginales, en la inmensa red de la caridad y en tantas e incontables realidades. Son de todas las edades, inquietudes y bagajes, pero a todos los reconocerás por un credo inquebrantable y una gran convicción: pusieron a las personas y el bien común por encima de cualquier consideración. Siempre en deuda, y siempre agradecidos, va por todos ellos este reconocimiento. Ellos son el corazón del mundo, en un mundo que no tiene corazón.

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