OPINIÓN
Una historia para recordar
Hoy los carruseles son descafeinados, no se parecen nada a aquellos
No tengo mucha memoria y la poca que tengo está ocupada en su mayor parte por música. La música en general, porque como sabéis mi afición no tiene ni tuvo la exclusividad ni corset del carnaval. Me gusta la clásica, el pop, el folk, el flamenco, de cantautores y por supuesto también de carnaval. Dedico prácticamente todas las tardes de la semana, porque por las mañanas trabajo como cualquier mortal, a llenar mi memoria de música, para aprender en muchos casos y para enseñar en otros. Aunque está repleta de música aún queda en ella un reducto como esa aldea gala de Asteríx, que resiste para guardar alguna historia interesante. Una historia que guardo para siempre, aunque claramente relacionada con la música.
Era el año 1987. Domingo de carnaval, nuestro coro era entonces «Puerta del Mar», nuestra primera final y cuarto premio. Un día esplendoroso con luz y color de febrero. Catorce coros estábamos en la plaza. Cada uno con sus armas, y con su público. A rebosar, imposible pasar de un coro a otro. El coro mixto de Adela del Moral y Luis Frade, Watussi, primer premio, cantaba ante una multitud de gente que vibraba con su impresionante tipo y maquillaje, su presentación y tangos. Por otra esquina llegaba, a quien tanto echo de menos, el coro de Puerto Real con «Tierra a a la vista», cuyos integrantes se daban en cuerpo y alma en el repertorio e interpretación desde el inicio hasta la noche. Por Hospital de mujeres llegaba la Viña, «Cuarenta en Bastos», con un tango que hacía estremecer a la plaza con su acento andaluz, maravillosa música y su original rima en esdrújula. Y nuestro joven coro de los niños que con nuestro tango, estribillo y nuestra cuarteta de «que bonita bandera», arrastrábamos a una afluencia de público joven tan bestial que hicimos agitar ese podio que por entonces era propiedad de otros.
Los coros de Julio Pardo, del Veneno, de los Dedócratas, de la Isla, de Longobardo...Todos estábamos, catorce coros y nadie sobraba. La gente vibraba en cada rincón de la plaza, los comercios colaboraban con sus viandas y bebidas. El público te aclamaba desde lejos para que parases delante. Los coros hacíamos paradas a nuestro antojo y se formaban atascos como siempre, pero todo fluía al final con normalidad. Miles de personas nos seguían y algunos como el de Julio Pardo y el nuestro, dábamos dos vueltas al mercado. Estábamos deseando subirnos a la batea porque aquello era un pleno disfrute. Esa mágica historia duró muchos años y así las guardo en mi torpe memoria.
Pero todo cambió, llegaron aquellos artistas cómodos que quisieron abrir los carruseles por toda la ciudad, y se lo cargaron. Con el pobre argumento que el público no escucha igual, que es una locura meter tantos coros en la plaza y que aquello de tanta gente junta era muy peligroso, terminaron con el esplendor de aquellos carruseles del caos.
Hoy los carruseles son descafeinados, no se parecen nada a aquellos.
Cuando sale la Macarena, cuando sacan a la Virgen del Rocío de su reja, cuando cientos de personas corren delante de los toros, cuando multitud de personas se mezclan junto a camiones para la tomatina, etc etc, nadie plantea vallar los recorridos, ni forrar la reja con foam, ni cambiar los toros por bicicletas con cuernos o dar una bolsita de tomates a cada uno.
Aquí nos la cogemos con papel de fumar.