Hoja Roja
Un mundo más peligroso
«El mundo se vuelve más peligroso y nosotros vamos a combatirlo con un hatillo de pilas y con latas de sardinas»
Trabajito nos costó aceptar que el cambio climático era algo más que Greta Tumberg riñendo al mundo, bajo la atenta mirada de papa y mamá, con cara de enfadada y con ganas de bronca. Y mire usted que llevaban años intentando explicárnoslo; hasta el primo ... de Rajoy, en 2007 –iba a decir «ya ha llovido desde entonces» pero no me parece apropiado- tuvo su momento de gloria, avalado por su cátedra de física, diciendo que el cambio climático no debía ser considerado un asunto importante, y que si era imposible garantizar «el tiempo que hará mañana en Sevilla, ¿cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?». Poco después, Rajoy tendría que desdecirse –algo que a él no le cuesta mucho trabajo, «todos cometemos errores y yo cometo muchos»- porque el cambio climático no era una amenaza sino una realidad con la que tendríamos que aprender a convivir cuanto antes. Nos decían entonces que la cosa iba de calentamiento global, que los veranos serían más largos y más calurosos, que el nivel del mar subiría como consecuencia del deshielo de los polos de la Tierra… ya sabe, que no volveríamos a usar los abrigos ni las corbatas –reconózcalo, usted no se acordaba de la recomendación de Pedro Sánchez con lo de las corbatas y que estaríamos en la playa hasta noviembre.
Trabajito nos costó aceptar que el cambio climático no se movía entre las olas de calor, como decía, en 2012, Donald Trump –a ver qué pasa el martes en EEUU-: «Necesitamos el calentamiento global, estoy en Los Ángeles y hace mucho frío» y que la naturaleza, como decía Iam Malcolm, se abre camino, a pesar de nosotros mismos. Porque el cambio climático es algo inherente a la Tierra, desde los orígenes, algo que sucede continuamente a pesar de la actividad humana o gracias a ella. Que la Tierra se rebela contra nosotros mismos, que hay factores en la ecuación que no podemos descifrar, que no somos los reyes del mambo y que no podemos controlar la fuerza de la Naturaleza es lo que nos intentaba decir el matemático de «Parque Jurásico».
Esta semana, la Naturaleza nos ha vuelto a mostrar su cara más salvaje, nos ha enseñado qué es lo que sabe hacer con las casas, con los coches, con las vidas. Y nos ha castigado al estilo mitológico. ¿Qué hemos hecho para merecer tanta ira de los dioses? La DANA, a la que antes llamábamos 'gota fría', se ha cobrado en prenda la vida de casi doscientas personas y se ha llevado por delante pueblos, carreteras y todo lo que encontraba a su paso, como si fuera el ángel al Antiguo Testamento que sembró el pánico entre los egipcios; ya sabe, las plagas, los tsunamis, las crecidas de los ríos y, al fin, la muerte de los primogénitos. Todo está inventado, hasta la arrogancia humana de creerse capaz de dominar a la Naturaleza, poniéndole puertas y compuertas al campo. Y conste que no ando tonteando con los negacionistas y conformándome con un «así es la vida», porque hubo muchas maneras de evitar tantas muertes, y todas igual de eficaces si se hubiesen aplicado de manera correcta, empezando por la prudencia y terminando por la templanza que son dos virtudes cardinales que bien habrían servido para contrarrestar los vicios de la política española –de la política en general- que hemos visto en medio de tanto horror. Dicen que decía Stalin que un muerto es una tragedia y un millón de muertes es una estadística –lo diría por experiencia- pero algo de razón tenía. Porque pasado el umbral del centenar de muertos en la zona de Valencia, pusimos el foco en lo que más nos gusta, en el «quién ha hecho».
Que si no se avisó con tiempo de la alerta roja, que si la AEMET lo había puesto antes en sus redes sociales –a ver cuándo se enteran de que en este país hay mucha gente sin Facebook-, que si el gobierno autonómico de Mazón había eliminado la Unidad Valenciana de Emergencias porque era una herencia de Ximo Puig, que si los niños estaban en los colegios, que si a los trabajadores nadie les avisó de que se fueran a sus casa, que si Cuca Gamarra hizo alguna cucada en la sesión de control al Gobierno –lo de Errejón ya era agua pasada-, que si se mantuvo el pleno ordinario para justificar el 'asalto' a la televisión pública, que si Pedro Sánchez había ido corriendo a Valencia, que si lo desafortunado que estuvo Feijóo, que si Oscar Puente –siempre habla un mudo- hizo un llamamiento a la cordura, que si la culpa es tuya, que si la culpa es nuestra… Y mientras, el fango y el lodo seguían escupiendo muertos en una zona macabramente acostumbrada a que la naturaleza la castigue. Y mientras, sin agua y sin luz la gente era más frágil y más inútil que nunca. Y mientras, toda la vida de cientos de personas quedaba reducida a chatarra, todo era un amasijo de hierros, de dolor y de desesperación.
Decía esta semana Sauli Niinistö, asesor de Úrsula von der Leyen y ex Presidente de Finlandia, que hay que «preparar a Europa para un mundo más peligroso», implantando la solución escandinava, ya sabe, lo de las setenta y dos horas de autosuficiencia para poder plantar cara a lo que se nos viene encima. Esa es la metáfora perfecta de estos tiempos, el mundo se vuelve más peligroso y nosotros vamos a combatirlo con un hatillo de pilas y con latas de sardinas.