OPINIÓN
La Trinchera
Cuando jugaba Nadal, en muchas ocasiones, la red que divide a los rivales en el tenis parecía desaparecer
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Otro martes más. Aunque la actualidad no descansa, a veces, como ya hemos dicho en alguna ocasión, parece que estamos en el día de la marmota: mismas sensaciones con distintos sucesos. Para salir algo de esa rueda, cabe decir que la semana pasada ocurría un ... hecho de esos que pasan a la historia: la retirada del tenis de quien, posiblemente, haya sido uno de los mejores deportistas que el mundo ha conocido. Uno de los mejores, no solo por su palmarés, sino también por representar excelentemente lo mejor de los valores del deporte: el esfuerzo, la excelencia y la humildad.
Nadal el otro día se despidió de las pistas de tenis perdiendo, lo que podría parecer una marcha amarga. Sin embargo, realmente, eso hace su leyenda más grande, y lo humaniza. Y es que, hasta esa despedida nos enseña que incluso un ganador nato, también pierde. Algo que reconforta en un mundo que parece que no perdona los errores. Nadal nos recuerda que, hasta los «superhéroes» como él son de carne y hueso. Ese hecho nos une, una vez más, alrededor de su figura.
Cuando jugaba Nadal, en muchas ocasiones, la red que divide a los rivales en el tenis parecía desaparecer. Su compañerismo, su tenis de esfuerzo, entrega y superación, pero de respeto al contrario hacía que, incluso, sus rivales más directos reconocieran su mérito. Hasta los aficionados de otros países se quitaban el sombrero con una de sus derechas ganadoras. Ese respeto impoluto que se ve con cierta frecuencia entre tenistas, no es tan común en otros deportes. Un respeto que no quita ni un gramo de competitividad y ganas de triunfar a quienes están dentro de la pista. Nadal ha sido, por tanto, el máximo exponente de eso. Ojalá su retirada no signifique que esa luz necesaria en el tiempo que vivimos se apague, porque es necesaria entre rivales deportivos pero, también en el mundo en general.
Si decíamos que Nadal hacía que las redes que le separaban de sus rivales fuesen «invisibles», en otros ámbitos de la vida, ahora nos separan «trincheras». En política nacional da la sensación que, a más escándalos, más hondas se cavan las «trincheras». Es muy sorprendente que, ante situaciones insostenibles para una nación como tener un Gobierno asediado por hechos gravísimos, nadie del lado afectado de la red pare el partido, dé la mano al contrario y reconozca la derrota, como ocurriría en el tenis con un partido de Nadal. Sin embargo, por cada escándalo un metro más de trinchera, un ataque desproporcionado más al rival para defenderse, una fila más de altura para el muro. Esas «trincheras profundas» provocan que los rivales también tengan la tentación de cavar trincheras y ponerse a salvo.
La despedida de Nadal del tenis, por su legado deportivo y humano, era un hecho relevante en la historia que ha quedado algo opacado por otros sucesos que son los que guían, por su gravedad, la actualidad mediática. Cuando la política entretiene más que el deporte y genera más rivalidad que éste, debería hacernos pensar que algo está fallando. Y, como siempre, quien está en primera posición es quien debe hacer esa reflexión. Si Nadal se hubiera comportado en cada partido que ganaba con sus rivales de manera despótica; si cuando perdía, en las palabras de agradecimiento hubiese invertido su tiempo en culpar de la derrota a elementos externos en vez de reconocerla y elevar las virtudes del contrario, no solo no habría hecho desaparecer virtualmente la «red» que le separaba de su rival, sino que habría cavado trincheras en un deporte que lleva por bandera el respeto. Algunos deberían tomar nota.
Esperemos que en Cádiz, de momento, sigamos sin caer en ese foso de separación tan profundo y que la única «Trinchera» que exista es la que, hace años, cantó en forma de comparsa sobre las tablas del Falla.