OPINIÓN

Simplificar

Simplificar lo complejo suele ser útil, pero, como en las matemáticas, hay que hacerlo con cuidado y adecuadamente

Llegó el mes nueve, el mes de septiembre, y con él vuelven las clases a los colegios y a las universidades. Una de las habilidades más importantes que se enseña a un estudiante en ciencias es la capacidad de simplificar operaciones para hacer más cómodo ... el cálculo matemático y llegar más rápido al resultado.

No siempre se puede simplificar una operación, sino que hay que cumplir una serie de requisitos que si no se cumplen, y los números desaparecen sin criterio, el resultado acabará siendo incorrecto. Quien haya manejado grandes «cuentas» matemáticas en asignaturas como física, química, cálculo o álgebra sabrá de lo que hablo.

En la vida, simplificar lo complejo suele ser útil, pero, como en las matemáticas, hay que hacerlo con cuidado y adecuadamente. El tiempo en que vivimos nos invita a simplificar todo, tanto es así que nuestra atención, a veces, se limita solo a unos pocos segundos. Por lo tanto, lo complejo, lo que no está simplificado en este tiempo, no suele triunfar. Eso lo saben muy bien los creadores de contenido y los generadores de «dopamina» en redes sociales. Y lo saben muy bien algunos creadores de mensajes políticos.

Sin embargo, cuando la política se simplifica en exceso, acaba convirtiéndose en populismo. Y es que, los problemas complejos son difícilmente simplificables. Podemos, quizá, simplificar su explicación, pero en absoluto la solución de los mismos. En este nuevo curso político recién inaugurado veremos cientos de temas cuya resolución algunos intentarán darnos destilada. Para que tengamos que decidir entre blanco y negro, para que creamos que si no tenemos una opinión vehemente, nos hemos quedado descolgados y no podemos opinar de ese tema. Y no hay que esperar a que avance el curso, porque la inmigración, asunto estrella de esta pasada semana, es uno de esos temas en los que no caben simplificaciones para poder resolverlo. En cambio, en muchas ocasiones, en este ámbito, lo que escuchamos no son respuestas de brocha gorda, sino, como diría un compañero de bancada en el Congreso, «lanzamientos de cubos de pintura», frente a la necesidad actual de hilar y pintar con delicadeza con un pincel a conciencia.

A pesar de todo lo anterior, no solo la política nos invita a simplificar en exceso la realidad. Todos nosotros lo hacemos también muy frecuentemente con las opiniones que emitimos sobre otras personas, y que llevan a lo que popularmente conocemos como «poner etiquetas» a los demás. Etiquetas que nos incitan a esa actividad tan momentáneamente placentera pero, a la larga destructiva, que es el «critiqueo». Y es que, con las personas, también simplificar sin criterio puede ocultar las miles de capas que componen la personalidad de un ser humano y llevar a perdernos lo más interesante que nos pueden dar.

Efectivamente, no es fácil que, en cada situación a la que nos enfrentemos, optemos por no quedarnos en lo superficial y evitemos el ansia desmedida de querer simplificar la realidad. Sin embargo, si no lo hacemos con cuidado, tenemos más posibilidades de equivocarnos con nuestras decisiones del día a día, con nuestra percepción de la política y, lo que es más grave, con el trato a las personas que nos rodean.

El reto no es fácil porque en el colegio y la universidad que ahora comienzan, a los alumnos, especialmente los que estudian ciencias, les enseñarán a simplificar fracciones y todo tipo de operaciones. En cambio, la realidad es que, en la universidad de la vida, nadie nos enseñó a simplificar la realidad cada vez más compleja a la que nos enfrentamos todos los días y, por eso, cada reto que encaramos nos parece tan complicado.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios