Opinión
Semana Santa de consumo
Por eso, aunque el balance es positivo, en general, corremos el riesgo de convertir esta seña de identidad religiosa y cultural en un espectáculo efímero y de consumo, propio de nuestro tiempo
Terminó una Semana Santa más. Una Semana Santa en la que el tiempo este año ha respetado. Por ello, a diferencia de otros años, sí que podemos hacer un balance más o menos completo y con una visión más amplia de lo vivido estos días, ... a pesar de que por causas paranormales y de «palacio», alguna hermandad no estuvo autorizada para salir.
Tras haber vuelto a la plena normalidad, podemos fijarnos en diferentes elementos, que se pueden resumir en tres aspectos principales.
En primer lugar, aparentemente, hemos vuelto a recuperar los índices de participación en los cortejos previos al COVID y eso siempre es una buena noticia. El hecho de que las hermandades saquen más personas a la calle es digno de elogio y motivo de alegría. Sin embargo, debemos evitar que los árboles nos impidan ver el bosque. Dicho de otro modo: hay que ser conscientes de que ese crecimiento debería tener un reflejo en la implicación en la vida de hermandad - cultos internos, jornadas benéficas o similar -, pero muchas veces no es así. Para que las hermandades sigan creciendo, el buen ambiente interno debe imperar, las peleas de egos deben dejarse a un lado y se debe buscar unir. Los hermanos no deben ser un ente que aparece un día al año - salvo motivos de lejanía e imposibilidad - y que desaparecen los 364 días restantes. Deben ser cuidados y mimados por las Juntas de Gobierno para incentivar que arrimen el hombro en el día a día de la hermandad.
En segundo lugar, continuando con lo interno. Sin entrar en los temas «tabú» de siempre -especialmente carga y carrera oficial - nuestra Semana Santa sigue caminando, con paso corto, en el aspecto estético. Hacia delante en muchos casos, hacia detrás en otros concretos. Sin embargo, la Semana Santa de Cádiz, en sus cortejos, sí que ha experimentado en las últimas décadas una evolución estética general en positivo: muchos pasos se van, poco a poco, culminando; las bandas que tocan cada vez lo hacen con mayor profesionalidad, en los cortejos se guarda cierta compostura y las túnicas se van renovando o se intentan cuidar algunos elementos en la procesión que den más sentido religioso a la salida; entre otras cuestiones. El camino de evolución es lento, sobre todo, por la falta de recursos económicos y capital humano, pero va dando algunos frutos. En algunas hermandades, más que en otras.
En tercer lugar, tremendamente relacionado con lo anterior; la tercera cosa objeto de balance es el impacto externo de esta Semana Santa. Al igual que muchos cortejos han crecido, el público en la calle este año también ha sido mayor. En principio, eso debería ser motivo de alegría, pero no siempre es así. Y es que lo preocupante es que da la sensación de que, en todos los lugares - no solo en Cádiz, aunque aquí con cierta intensidad - la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo se está convirtiendo en un espectáculo de consumo gratuito para muchos de los que lo ven. Las sillas plegables, las acampadas esperando el paso de una procesión, el griterío, no ir vestido acorde al día que es o los ataques a la forma de carga cuando no es de nuestro agrado como el único elemento que importa, son ejemplos de esa «masificación» en el público que viene dada por dos motivos: por un lado, la falta de capacidad de implicar y transmitir a los hermanos de una corporación «cultura cofrade» para que ciertas normas se den por hecho. Por otro, la falta de compostura en la sociedad civil en general y en el clero en particular. Un reflejo de la sociedad del todo vale y de hechos como que, ni siquiera, en algunos colegios religiosos de Cádiz se profundice en nuestra Semana Santa. Incluso, ni en la asignatura de religión.
Por eso, aunque el balance es positivo, en general, corremos el riesgo de convertir esta seña de identidad religiosa y cultural en un espectáculo efímero y de consumo, propio de nuestro tiempo. Porque lo vivido esta Semana debe tener un reflejo real en los 365 días del año y en nuestras vidas. Todo lo demás, efectivamente, acercará más a la razón a quienes critican esta celebración centenaria, necesaria y Eterna.