OPINIÓN
Puertas abiertas
El reto de los que intentan hacer su labor con intenciones nobles es disipar esas tinieblas siniestras sin tener que utilizar sus mismos métodos
Cada año, por estas fechas y en el marco de la semana de la Constitución de 1978, el Congreso de los Diputados suele celebrar sus «Jornadas de Puertas Abiertas». En esos días, miles de ciudadanos lo visitan. Sin embargo, pocos saben que este lugar puede ... ser visitado todo el año.
Recibir a personas en la «oficina», es una de las actividades más agradables para los parlamentarios. Primero, porque te permite disfrutar, con algo más de pausa, del lugar en el que trabajas; algo difícil de conseguir en la vorágine del día a día. Segundo, porque ves, en primera persona cómo esas visitas hacen feliz a quienes la realizan. Lo tercero, y quizá lo más importante, porque te permite mostrar cómo funciona ese lugar del que, aunque todos conozcan la forma de su tribuna y de los escaños del hemiciclo, muy pocos conocen realmente su realidad. Relacionado con esto, el contacto directo con las personas que lo visitan es una oportunidad, también, para que te cuenten cara a cara qué imagen tienen de lo que allí ocurre. Una imagen, a veces, algo distorsionada de la realidad. Imagen que, desgraciadamente, es la que a veces se proyecta.
Y es que si pocos son los que saben que más allá de la Jornada de Puertas Abiertas, muchos diputados intentan que el Congreso esté «abierto» todo el año, recibiendo visitas de manera constante, menos todavía son los que saben cómo es el día a día dentro de ese edificio, diseño de Narciso Pascual y Colomer e inaugurado el 31 de octubre de 1850 por la Reina Isabel II.
Los que visitaban el otro día el edificio, así como parte importante del resto de españoles tienen, desgraciadamente, dos percepciones habituales del funcionamiento de la política: por un lado, una presunta ineficacia de quienes les representamos. Lo segundo, el grado de tensión que existe, que hace que cualquier debate derive en insultos y chascarrillos estériles. Dos clichés que, aunque en algunos casos tienen parte de veracidad, no son del todo ciertos y se basan en hechos determinados y concretos que lamentablemente son lo que más se ven. Sin embargo, de todo lo que ocurre en el Congreso de los Diputados, un observador externo sólo suele ser capaz de ver una parte muy pequeña. Al igual que ocurre con una toma de vídeo en el hemiciclo: lo que queda fuera de la imagen, por desgracia, queda oculto.
Lo preocupante es que a algunos, para poder operar con comodidad en las tinieblas, les interesa potenciar lo negativo y que lo bueno no se vea, porque si el observador decide no mirar, por cansancio o vergüenza, queda sin poder conocer la imagen completa. El reto de los que intentan hacer su labor con intenciones nobles es disipar esas tinieblas siniestras sin tener que utilizar sus mismos métodos. El reto es poner luz en lo positivo pero sin bajar la guardia. Luz que ilumine, por ejemplo, el funcionamiento de algunas comisiones o la cantidad de horas que allí se echan; horas de trabajo real. Luz en la discrepancia y en la crítica a las ideas, pero compatible con el respeto a la persona, el rigor técnico y la defensa de la verdad. Luz en la actividad pegada al territorio, conociendo cada rincón de nuestro lugar de origen. Por supuesto, en esta semana, más que nunca, luz en el respeto a nuestra Constitución y a su razón de ser, que representa perfectamente aquello que, por culpa de algunos, estamos demoliendo.
Por eso, al igual que la Constitución actual debe estar viva todo el año, aunque esta sea su semana de aniversario, debemos convertir la actividad del Congreso en «Puertas Abiertas» permanentes. Solo así, mostrando la realidad, conseguiremos volver a conectar con quienes, en parte de manera justa pero también, incompleta, han desconectado de la política. Una actividad que, en las manos adecuadas y bien utilizada, es indispensable para nuestro día a día.
Ver comentarios