Opinión
Mecenas
Cádiz necesita, por tanto, volver a tener «mecenas» que la hagan brillar
El viernes, se presentaban en el Convento de San Francisco – aunque ya no esté la orden franciscana en la ciudad -, los actos del 250 Aniversario de la bendición del Santísimo Cristo de la Vera+Cruz: más de dos siglos y medio de veneración en nuestra ciudad ... para una hermandad de casi cinco siglos.
En plena semana previa al Carnaval, en el discurrir de las semifinales del COAC y, a tres días del «gran viernes», parecería extraño hablar de cofradías. Sin embargo, en Cádiz, el Carnaval y «lo cofrade» son vasos comunicantes, aunque parezca lo contrario. La conexión entre ambos mundos reside, principalmente, en las personas que la componen. Entre nuestros más de cien mil gaditanos es frecuente encontrar personas ligadas a ambas tradiciones: una pagana y otra religiosa. Dos tradiciones cuyo «culmen» anual se encuentra consecutivo en el calendario y que, en el caso de la primera necesita de la segunda para existir. Dos tiempos ilusionantes que requieren de preparación previa y, en muchas ocasiones, de dedicación casi anual.
Por eso, hablar de cofradías en tiempo de Carnaval en Cádiz, no es incompatible, por el perfil de las personas que pertenecen ambos «mundos». Pero, también, por otra cuestión: que esas personas no solo son caras visibles, sino que, en la mayoría de las ocasiones, han dedicado su vida personal a trabajar por y para una hermandad o para el carnaval. Personas cuyo recuerdo será imborrable por el legado que han dejado. Algunas vivas, otras fallecidas recientemente – en última instancia, lamentablemente, el caso de Julio Pardo Melero – y otras cuyo paso por la vida terrenal fue hace ya muchos lustros. Personas con un «don» que, con frecuencia, pasó desapercibido por una gran mayoría de la sociedad.
Normalmente quien aporta valor en una hermandad, dando coherencia litúrgica o engrandeciendo su patrimonio; así como, quien «revoluciona» una modalidad del carnaval, crea músicas y letras inéditas, o idea agrupaciones llamativas, suele «tener un don». Un don que puede incluir desde habilidades para gestionar una organización, hasta la creatividad, pasando por el sacrificio o la proactividad. Un talento innato que en cualquier empresa o en la política es altamente demandado y premiado. Un talento del que, a veces, en Cádiz no somos conscientes.
Sin embargo, hay una diferencia entre tiempos pasados y la actualidad. Ese talento, hoy en día, nace de Cádiz y casi, exclusivamente, para Cádiz. Y si trasciende, no llega a tener gran impacto. Una mentalidad emprendedora sesgada y parcialmente enfocada. Por el contrario, en el s.XVIII, una de las épocas de máximo esplendor de la ciudad y que nos convirtió en «epicentro» del nuevo mundo descubierto, Cádiz atraía y retenía talento. Y sabía qué hacer con él. Un talento que, venido de fuera para otras labores, repercutía en todas las esferas de la ciudad, incluso, en las hermandades. Un ejemplo de ello: Juan Gómez de Figueroa.
Llegado a Cádiz desde de Pontevedra en 1742, hombre de negocios vinculados al comercio y al mar, fue uno de los grandes mecenas de la Vera+Cruz, poniendo la semilla de lo que hoy es. Porque sin él, los retablos de la Capilla de San Francisco donde está la hermandad no existirían. Sin él, estos 250 años de la bendición del Cristo que tantos gaditanos veneran, no serían posibles, porque él mismo, fue quien sufragó esta imagen sagrada. Tal fue su legado que, junto a otros paisanos, dotaron a la Vera+Cruz del sobrenombre de «hermandad de los gallegos», y que tiene su extensión en forma de Santiago sobre el altar que preside el Cristo.
De todo esto, debería quedar una doble enseñanza: por un lado, que la ciudad tiene un talento inherente ligado a sus dos grandes «pasiones» que, a veces, no solo sabemos exportar, sino que no sabemos aplicar a otras disciplinas. Por otro lado, que tenemos que hacer por volver a atraer talento y que éste se implique en todas las capas de la ciudad. Cádiz necesita, por tanto, volver a tener «mecenas» que la hagan brillar.