OPINIÓN

La máscara y la cruz

Un buen ejemplo de la convivencia de esas dos realidades gaditanas, la «carnal» y la «cuaresmal», fue lo que ocurría a lo largo de la semana en la plaza de San Francisco

Miguel Ángel Sastre

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Otro año más volvieron a convivir en Cádiz, con algo más de lluvia de lo habitual, Don Carnal y Doña Cuaresma. No será la última vez este año, aunque ya con menor intensidad.

Y es que en esta ciudad, aunque «Momo» arda y se convierta en ceniza, su aliento queda levitando por nuestras calles, fundiéndose en esta semana «la máscara y la cruz» de nuestro Cádiz. Dos de las «tres C» de la ciudad que forman un peculiar y equilibrado triángulo todo el año, determinante en nuestra manera de ver la vida.

Un buen ejemplo de la convivencia de esas dos realidades gaditanas, la «carnal» y la «cuaresmal», fue lo que ocurría a lo largo de la semana en la Plaza de San Francisco. Mientras que en el tablao distintas agrupaciones cantaban, en el interior del convento situado en ese lugar, la hermandad más antigua de Cádiz, la Vera+Cruz, montaba el altar de su quinario. La Plaza de San Agustín podría ser otro ejemplo de ello.

Más allá de lo casual, la confluencia de esos dos hechos es, en el fondo, bonita y está cargada de significado, ya que es una metáfora perfecta de cómo en esta ciudad lo teóricamente contradictorio es capaz de funcionar en «equilibrio».

También, nos demuestra cómo un lugar «pequeño» como Cádiz puede derrochar su «arte» de diferentes formas. Incluso que las mismas personas sean los creadores de esas dos «formas de arte». Evidentemente, el buen carnaval es arte pero, también, un altar de cultos de una cofradía colocado con gusto y sentido es sin duda, arte.

Por último, aunque lo visible desde la plaza era la parte carnavalesca, «aparentemente oculto» a muy pocos metros, se vivía ya la Cuaresma. Y esa enseñanza, haciendo un ejercicio de abstracción, también es interesante para entender mejor esta ciudad: por un lado porque no significa que lo que hace ruido sea lo único que existe. Por otro, porque sabiendo leer algunos valores «no visibles» de esos dos hechos y siendo capaces de combinarlos con otras aptitudes y actitudes necesarias para prosperar en la vida conseguiríamos ser un lugar único e irrepetible. Simplemente, quizá, es que aún no hemos sabido verlo.

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