Un legado para el hoy
La Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid, tuvo en mí un efecto especial: empezar a valorar la figura de Benedicto XVI
En agosto de 2011 tuve la oportunidad de ir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Madrid. Pude vivir el ambiente, el fervor y el Vía Crucis que tuvo como epicentro la Plaza de Cibeles, lugar cargado de significado. No pude, por ... contra, asistir a la vigilia en Cuatro Vientos, una tormenta de Fe que me arrepentiré siempre de no haber vivido. Sin embargo, la JMJ tuvo en mí un efecto especial: empezar a valorar la figura de Benedicto XVI. Nuestros padres y abuelos nos habían hecho conocer a Juan Pablo II – del que fue mano derecha -, pero no teníamos casi referencias de Ratzinger y ningún vínculo con él. A diferencia de Wojtyła, Benedicto era prácticamente indiferente para jóvenes y adolescentes.
A partir de ese momento, algunos empezamos a ver en él una figura de referencia moral e intelectual. Muchos artículos se han escrito estos días. Hemos escuchado y visto multitud de especiales en distintos medios de comunicación. Sin embargo, muy pocos inciden en la importancia de su legado para la generación joven. Y de ese legado se extraen muchas ideas pero, en resumen, tres enseñanzas esenciales.
La primera, bajo el paraguas que engloba su obra: la convivencia entre Fe y Razón. El Papa fue un firme defensor de acabar con la disociación –como si de agua y aceite se tratara– de estas dos cuestiones. La Razón da respuesta a lo visible, mientras que la Fe la complementa, dando sentido a aquello que no vemos. El alejamiento de la Fe por parte de muchos jóvenes ha venido dado por el complejo «intelectual» que suponía declararse creyente. Benedicto demostró que «creer» no está reñido con la «racionalidad», sino que nos permite tener un conocimiento más amplio y entender mejor la realidad que nos rodea, completándonos como personas.
La segunda, combatir el «relativismo» de nuestro tiempo, entendido como una negación de la existencia de certezas en el mundo en el que vivimos. Es cierto que la «liquidez» y rapidez de nuestra época nos puede llevar a afirmar la ausencia de verdades, pero no es así. La verdad existe y hay que buscarla. Esa idea enlaza con la anterior, porque para buscar esa verdad, la «duda» es necesaria. El Papa bávaro afirmaba que la duda era el puente entre el «creyente» y el «que no está seguro de si cree», porque ambos buscan, de alguna forma, la «verdad». La enseñanza era claramente aplicable a mi generación: ser escépticos ante la dirección que marca la corriente; una sociedad en la que todo «vale», en la que el bien y el mal no tienen fundamento claro, y en la que lo inmediato apisona a lo permanente.
En tercer y último lugar, la importancia de reivindicar a la «persona» como eje sobre el que pivota el avance y la conquista de derechos en Occidente. A pesar de lo que muchos intentan vender, Ratzinger fue implacable con todos los totalitarismos del s.XX por un motivo muy concreto: porque anulaban la singularidad propia de cada ser humano. Todos los jóvenes – interesados en política o no, creyentes o no – deben entender que la sociedad de libertad en la que viven no se entendería sin un sistema de normas basadas en proteger la dignidad natural del ser humano. Reivindicar esa idea, siempre será algo de actualidad.
Su legado es, por tanto, una llamada subliminal a muchos jóvenes para construir una sociedad mejor: más intelectual, más dialogante y más permanente. En muchas aulas donde se malgastan las horas de religión católica, debería enseñarse, en la medida de lo posible, el tesoro en forma de reflexiones que nos dejó.
Benedicto, a pesar de su inteligencia casi por encima de lo terrenal, fue el Papa de la «humildad». Una humildad que hizo que, quizás, muchos jóvenes no repararan en él. Su legado no era para el mañana, es para el hoy. Por eso, quienes conocemos una minúscula parte de su saber, tenemos la obligación de transmitirlo, con la humildad que él tuvo, haciendo ver que esa manera de entender la realidad es el camino para seguir avanzando, frente a otros senderos que nos llevan hacia el precipicio.
Ver comentarios