OPINIÓN
Exposición
Seguir «sobreexponiendo» la política y los políticos, provoca que muchos se acaben quemando, como fotografías con mucha luz
En cualquier fotografía existe un parámetro que influye de manera muy especial: la exposición. Ese término habla de la cantidad de luz que recibe el sensor de la cámara. Si recibe demasiada, la fotografía sale sobreexpuesta, es decir, con demasiada luz, con riesgo de salir ... quemada.
Hace una semana y media, concretamente el sábado 13, la fotografía que tambaleaba el mundo era la relacionada con el disparo que sufría el candidato y expresidente republicano Donald Trump en un mitin en Bulter (Pensilvania). Un disparo que, milagrosamente, por un giro casual de cabeza, impactaba solo en su oreja y la hacía sangrar dejando una imagen para la historia. Este tiro era el inicio de unos cuantos más que se llevarían por delante la vida de una persona y herían de gravedad a otras dos. El tirador abatido, un joven de 20 años con problemas de haber sufrido acoso escolar en el colegio, no se sabe aún por qué, decidió ese día llevar a cabo una acción que no tuvo vuelta atrás.
Quienes entienden de seguridad en campañas americanas afirman que no se explica cómo se pudo producir esa cadena de errores que permitieron los disparos. Sin embargo, los que no entendemos tanto de esa materia, pero sí que estamos en política en España, en el fondo, no nos resulta extraño que un hecho así, impactante y desgraciado, pueda llegar a ocurrir.
Dejando a un lado el debate sobre las armas que planea sobre USA y su posible influencia o no en este desgraciado hecho, en muchos mítines y actos que se hacen al aire libre, en muchos encuentros de los políticos de nuestro país, si alguien se lo propusiera podría llegar a intentar cometer un hecho similar. Hemos visto, en otros lugares que regulan el acceso a las armas de manera mucho más dura que también otros líderes políticos han sufrido ataques, a veces mortales: Japón, Suecia o Reino Unido sin ir más lejos.
Es cierto que en los últimos años en España ha habido un clima de tranquilidad que nada tiene que ver con otras épocas. Sin embargo, nuestro país también ha sufrido esa lacra: siglo XIX, comienzos del XX y la época de ETA sobre todo.
Y eso nos deja dos reflexiones. La primera es que por mucho que haya personas en política que sus responsabilidades no las cumplan adecuadamente, hay otros muchos políticos que sí, y que no lo tienen fácil. Por tanto, banalizar es injusto. Cuando se generaliza se tiende a simplificar y a deshumanizar y eso pone a personas en la diana. La política, aunque aporte aparentes privilegios, obliga a vivir situaciones que muchos de los que ven los toros desde la barrera no quisieran vivir: permanentes faltas a tu honor e intimidad o temer, a veces, por tu propia seguridad y por la de tu familia, entre otras muchas.
La segunda, derivada de lo anterior, es que si seguimos tensionando y aumentando la presión sobre la política creando ambientes insostenibles, haremos que las personas válidas, por miedo, huyan de ella, salvo que tengan una vocación inquebrantable. Si los más válidos huyen, solo quedarán los mediocres.
Todos tenemos responsabilidad en esto pero es quien ostenta la cúspide del poder quien normalmente tiene la capacidad de marcar el clima. Si un alcalde busca tensión en su ciudad, hay normalmente enfrentamientos en su municipio. En el Gobierno de las naciones ocurre igual. La política española depende, en gran parte, de su presidente.
La política debería, a veces, volver a ser algo más aburrido: por el bien de los que la ejercemos para trabajar con más rigor y, sobre todo, por el bien del resto de ciudadanos. Seguir «sobreexponiendo» la política y los políticos, provoca que muchos se acaben quemando, como fotografías con mucha luz. Y, lo más preocupante, que los buenos no se distingan de los malos, como en una imagen borrosa.
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