OPINIÓN
Disipar el dolor cervical
«Por eso, nuestra manera de defender nuestros valores nunca debería, a diferencia de otros nacionalismos, generar dolor cervical»
Observar con frecuencia el propio ombligo, además de ser de mala educación, puede tener otra consecuencia directa muy perjudicial, en este caso, para la salud: que nos aparezca un fuerte «dolor cervical» por tener tanto tiempo la cabeza inclinada hacia abajo.
Hay quienes afirman que el separatismo nacionalista provoca una suerte de «dolor cervical»en quienes lo practican porque es una forma muy particular y dañina de mirarse el ombligo. Un dolor que impide levantar la cabeza y mirar más allá de lo que nos rodea de manera cercana.
Hace tres años, ya hablamos de eso en unas líneas parecidas a esta columna. Algunos lugares ya tenían esa dolencia muy extendida entre su población antes de la pandemia, y esa es una de las cosas que no han cambiado desde que allá por 2020 el virus nos atacara sin piedad. Todo lo contrario. Hay quienes, como el PSC-PSOE, no hace más de 7 años, parecían tener un cuerpo más o menos bien entrenado frente a esta dolencia de la zona del cuello y, ahora, han acabado con la cabeza, prácticamente, introducida en el ombligo, y con altos niveles de dolor cervical.
De los indultos a la rebaja del delito de sedición y de malversación. De imponer el «pinganillo» en el Congreso de los Diputados hasta la amnistía, pasando por no cerrar la puerta a ser «cooperadores» necesarios para un hipotético referéndum. Tanto se ha marchitado la rosa socialista que ellos, en 2017, fueron parte activa de la manifestación a favor de la unidad de España. Seis años más tarde, la manifestación ha acabado siendo contra ellos también.
Dentro de dos días será 12 de octubre, la Virgen del Pilar, el día de la Hispanidad, celebramos la fiesta nacional de España. Hay quienes, desde su prisma de visión reducida, denunciarán que celebrarlo tiene connotaciones negativas. Como si reivindicar lo «español» fuese la única reivindicación condenable.
Sin embargo, la Hispanidad es lo contrario a cualquier nacionalismo excluyente porque nos cuenta cuándo nos abrirnos al mundo, aportando lo nuestro e incorporando lo de otros lugares. Porque la historia de España y de nuestros pueblos hermanos, de los «españoles de ambos hemisferios», es una historia de ida y vuelta, que se construye alejada de la endogamia propia del separatismo y, en general, por adición, no por sustracción.
Porque ser español y reivindicarse como tal, debería significar buscar dar lo mejor de nosotros mismos al mundo como lugar abierto, acogedor y cargado de momentos que han decantado la historia de la humanidad. El orgullo español tiene vocación universal, como pioneros en la «globalización» que fuimos. Por eso, nuestra manera de defender nuestros valores nunca debería, a diferencia de otros nacionalismos, generar «dolor cervical».
Andaluces, catalanes, vascos, gallegos y otros tantos que componemos este maravilloso país, con nuestras particularidades, deberíamos llevar siempre la cabeza bien alta para huir de los problemas cervicales provocados por mirarnos el ombligo con nuestros egos regionales.
La cabeza bien alta por ser españoles, libres e iguales, como esos que el pasado domingo así la llevaban por el Paseo de Gracia en Barcelona. Si en vez de levantarla, la hubiesen llevado agachada, no habrían divisado edificios maravillosos del maestro Gaudí como la casa Batlló y la Casa Milá. No habrían divisado la inmensidad de ese paseo, uno de los más bonitos de España. Cada una de esas farolas modernistas que parecen ramas de árboles marcando el ritmo del caminante y que Carlos Ruiz Zafón parecía dibujar con palabras en cada una de sus novelas al describirlas.
Llevar la cabeza agachada en esa concentración, por tanto, habría sido una metáfora de lo que se pierden los nacionalismos no mirando más allá de su propio ombligo. Una metáfora de las consecuencias de ese dolor cervical que provocan los separatismos sectarios. Un dolor cervical que, entender bien lo que significa la fiesta de la Hispanidad, seguro que nos ayudaría a todos a empezar a disipar.