opinión
Calentando motores
Dentro de esos retos presentes en el borde marítimo de la ciudad el que afecta al Puerto es posiblemente el más determinante
Muchas incógnitas están sobre la mesa en lo que se refiere a las próximas elecciones municipales en nuestra ciudad. Porque, además de la pregunta sobre quién gobernará y la de quién ganará, está la de cómo, con quién y para qué, se presentará. Y en ... la última de las cuestiones está la base de todo: ¿para qué?
En política, como en otros ámbitos de la vida, no tener un objetivo claro, es sinónimo de fracaso y perder el tiempo. En este caso, de hacérselo perder a los ciudadanos.
Por eso, cuando no hay modelo, la política poco puede hacer más allá de titulares y reivindicaciones. Ser comentarista de la actualidad no significa tener la capacidad de resolver y gestionar los problemas que afectan a una ciudad de más de 100.000 habitantes.
Intentando hacer un ejercicio de imparcialidad - aunque sea complicado en un lugar en el que todos nos conocemos - muy pocas formaciones políticas tienen claro qué modelo quieren para Cádiz.
En todo caso, solo habría dos grandes modelos contrapuestos: el del equipo de gobierno actual, que pone por encima de los intereses de la ciudad su poco acertada ideología; y el del principal partido de la oposición, más parecido al de ciudades como Málaga, Zaragoza, Santander y, salvando las distancias, Madrid. Un modelo que se basa en atraer inversión para que las ciudades generen recursos y puedan mejorar. Bajando impuestos, simplificando trabas burocráticas y con buenas infraestructuras es habitual aumentar la riqueza de una tierra y, por tanto, tener más recursos públicos para poder invertirlos en servicios. Un círculo que funciona razonablemente bien y que está aplicándose a nivel autonómico.
Son los dos modelos que se presentan hasta ahora en la ciudad. Contrapuestos, mejores o peores según la persona que los analice pero, al menos, reconocibles.
En alguna ocasión se ha defendido la tesis en estos artículos de que el cambio de Cádiz, su «revolución urbanística», tenía que venir, entre otras cosas, dado por el cincelado de su borde marítimo: «dique seco», el paseo junto al Segundo Puente, la Zona Franca, el Paseo Marítimo, Campo del Sur, entorno de la Caleta, Campo de las Balas, la Alameda y la Punta de San Felipe, hasta llegar al Muelle-Ciudad.
Cada uno de esos elementos integra en sí mismo un reto a resolver, que iría cambiando paulatinamente la manera de entender la ciudad. Cada uno se puede entender con esos dos modelos de gestión: el de imposición ideológica e ineficiencia funcional, o el que busca el avance y la mejora permanente de la ciudad para que sea un lugar mejor para vivir, venir e invertir.
Dentro de esos retos presentes en el borde marítimo de la ciudad el que afecta al Puerto es posiblemente el más determinante. Es el que marcará el Cádiz de la próxima década y, por eso, debemos poner toda la atención en él.
Málaga sentó cátedra en su momento en cómo tratar la integración entre ambos límites, pero Cádiz tiene que aspirar, incluso, a más. Ese tipo de obras son las que cambian una ciudad, las que generan el efecto «Guggenheim» que cambió Bilbao y que permitirían dar a Cádiz ese salto cualitativo que ha quedado pendiente en esta última desde el Bicentenario.
Desde entonces, y desde que acabó el Puente, no hemos tenido ningún horizonte como ciudad que nos ilusione. Por eso, ahora que estamos calentando motores electorales, empiezan a verse con claridad esos dos grandes modelos para Cádiz: el que pone encima de la mesa proyectos de ciudad, frente al que sigue pensando cómo implementar su laboratorio ideológico, a pesar de que eso siga deteriorando las oportunidades de futuro de todos los gaditanos, y ambos se ven en su manera de encarar la integración Puerto-Ciudad.