Opinión

Aire en movimiento

A pesar de esa renovación permanente, resulta paradójico que Cádiz se esté convirtiendo en un lugar en el que huele a cerrado

Desde la Punta de San Felipe al Puente de la Pepa. Desde Cortadura hasta Santa Bárbara. Desde La Caleta, el Puente Canal, el Baluarte de los Mártires o el Campo del Sur, hasta Canalejas. Desde cualquier calle cuyo final es el Paseo Marítimo o desde ... la Avenida hasta Bahía Blanca. Si algo tenemos en Cádiz, sobre todo, en días en los que el Levante y el Poniente azotan con su particular fuerza, es aire en movimiento. Corrientes que se forman, por nuestra singular posición geográfica y por el choque permanente de masas de este fluido a diferentes temperaturas.

A pesar de esa renovación permanente, resulta paradójico que Cádiz se esté convirtiendo en un lugar en el que huele a cerrado. Y no es solo por el hedor de algunas calles, especialmente del Casco Histórico, en las que la falta de limpieza no solo se ve, sino que se olfatea. Es porque, efectivamente y como muchos –incluso de diferentes ideologías– coinciden, la ciudad, se ha quedado herméticamente estancada.

Cádiz necesita un cambio de rumbo político, no hay duda. Pero no solo un cambio de caras, sino un cambio en la manera de entender cuáles son sus principales problemas y cómo ponerles solución. Y uno de los retos fundamentales es el paulatino envejecimiento poblacional y el éxodo, cada vez mayor, de jóvenes que buscan –buscamos– un proyecto de vida fuera. Porque lo grave de la pérdida de población no es el bajón demográfico en sí mismo, sino el tipo de población que se está perdiendo. Porque a los jóvenes que despegan, por mucho que lo deseen, les es muy complicado retornar: por motivos laborales, de oferta de ocio o personales. Y es que, las oportunidades que dan otras ciudades para conocer personas con las que complementar tu vida, sobre todo en la franja de los 20 a los 30 años, Cádiz difícilmente las puede empatar.

Es curioso porque, universitarios, incluso foráneos, quizás no falten. El problema es que prácticamente ningún universitario de los que viene a la ciudad o a su área metropolitana se acaba quedando para desarrollar su faceta laboral. No se quedan ni los que han nacido aquí. Por tanto, el reto no está tanto en potenciar la universidad - que también - sino en hacer que los grados o carreras que se imparten, tengan una salida laboral en el entorno de la capital o de la Bahía, como sí ocurre en ciudades como Sevilla o Málaga y en otras grandes localidades.

Un cambio que haría que ese ambiente a cerrado que, paradójicamente, empiezan a notar quienes nacieron aquí, empezase a ser sustituido por una corriente de aire fresco. Quien se acaba quedando aquí para desarrollar su vida laboral de una manera más o menos estable, es lógico que se plantee la compra de una vivienda. Si, además, encuentra una pareja con la que compartir su vida, porque Cádiz empiece a retener población en esa franja de edad, se lanzará muy posiblemente formar una familia y, si la estabilidad laboral se lo permite, se quedará. De igual manera, quien está dudando sobre retornar, o es de aquí y quiere volar, si encuentra todos los elementos necesarios en la ciudad –empleo, vivienda, movilidad, ocio y posibilidades de sociabilizar– tendrá muchas más probabilidades de apostar por su Cádiz natal frente a otras alternativas.

El modelo de ciudad, repensando su borde marítimo –incluida la integración Puerto-Ciudad–, su desarrollo urbanístico, pelear por una buena conexión ferroviaria –con la tan necesaria llegada del AVE y el aumento del número de trenes de conexión con Madrid–, así como otras cuestiones vinculadas a la cultura o la atracción de empresas, deben ser herramientas enfocadas a abordar este problema esencial: conseguir que el flujo de aire en la ciudad no solo sea en el sentido literal, sino también, en la faceta poblacional. El reto es claro: que el aire de Cádiz se renueve y, también, que el que se ha escapado, pueda retornar y sumar.

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