opinión
Adviento
Por eso, que la Iglesia Católica entienda mal su papel, pierda su sentido de existencia y, por ende, su voz, es una mala noticia para la sociedad en su conjunto
La semana pasada la Conferencia Episcopal elegía nuevo Secretario General. Una noticia que, aunque ha sido cubierta por muchos medios, ha tenido un impacto real bastante limitado. De hecho, si a la mayoría de católicos, incluso practicantes, nos preguntasen quién ha resultado elegido de esa ... decisión, la mayoría no sabrían contestar adecuadamente.
Es curioso, al ser una institución que, aunque siendo sinceros, no pase por su momento de mayor éxito, aún sigue representando a una amplia parte de la población.
En cifras: a lo largo y ancho de este planeta hay más de 1300 millones de personas bautizadas. En España, aunque en números más modestos, más de la mitad de la población se declara católica. Practicantes o no, pero católicos al fin y al cabo. De éstos, más de 10 millones asistimos, al menos, cada domingo a misa. Por hacer un ejercicio de comparativa, no hay ningún partido político en este país que concentre actualmente diez millones de votos. Por tanto, es curioso, que esos diez millones, hayan perdido, casi en su totalidad, el interés por saber quién, de alguna manera, les representa en ese ámbito a nivel nacional.
Pero no es solo el papel de la Conferencia Episcopal Española lo que se ha diluido; la influencia de la Iglesia a nivel global, sin duda, se ha disipado. Una mezcla de leyenda negra, combinada con un amplio número de manzanas podridas en las estructuras de poder y de «buenismo» mal entendido han sido la fórmula del fracaso.
La Iglesia ha tenido a lo largo de la historia todo a su favor: influencia política, influencia educativa, recursos económicos, y la defensa de una serie de ideas y valores que han ido construyendo la sociedad y que, en la mayoría de los casos, son objetivamente buenos para la convivencia. Sin embargo, ciertos episodios históricos, y reaccionar sin una dirección alternativa al avance social, la han llevado hasta aquí.
Lo triste de todo esto es que la actitud déspota de algunos representantes de la Iglesia, el olor a cerrado y a lavanda marchita de algunos seminarios, empaña la labor de miles de religiosos, religiosas y la ilusión, la buena voluntad y la fe de miles de laicos.
Porque las ideas en las que se basa la religión católica, bien entendidas, tienen un valor incalculable, sobre todo, para una sociedad que parece haber perdido el rumbo. Para un mundo en el que algunas de las personas que lo conforman parecen haber perdido la felicidad. Volver a recuperar la idea base del humanismo cristiano que pone a la persona en el centro, que defiende que cada vida humana, cada uno de nosotros, es un ser irrepetible y valioso y que preservar su vida y su dignidad debe ser el fin primero y último de quienes estén en política, es fundamental.
Por eso, que la Iglesia Católica entienda mal su papel, pierda su sentido de existencia y, por ende, su voz, es una mala noticia para la sociedad en su conjunto. Como pasa en otros ámbitos de la sociedad son los clérigos y los laicos con buena voluntad los que deben evitar que esto ocurra. Si la sociedad civil funciona, la política tendrá una base más sólida para defender de esos ideales, aquellos que considere necesarios.
Como cualquier catedral, si los cimientos y los muros no se construyen adecuadamente, la cúpula se puede caer. La Iglesia corre ese riesgo y el tiempo de Adviento, que ahora acaba de comenzar, es un buen momento para que los que puedan evitar ese derrumbe comiencen a poner los puntales necesarios y reconstruyan lo que tiene el peligro, si nadie hace nada, de acabar en escombros.