OPINIÓN
Aburridos
Por eso, es coherente que, quien tiene vocación de servicio se «aburra» de la política de la imagen, el «cuñadismo», el choque, el «trilerismo» y la estridencia
Decía Alberto Núñez Feijoó hace unos días que estaba estaba «aburrido» de ciertos comportamientos de la política actual. Cualquier español medio estará de acuerdo con él, porque, no hay duda, que el hartazgo de la sociedad con sus gobernantes es evidente. Por eso es lógico ... que, incluso muchos de los que son parte de la política, estén aburridos con esta situación.
Y es que, una de las cosas más agotadoras que hay en la vida es intentar hacer las cosas bien y que, por mucho esfuerzo que empleemos en ellas, los que te rodean hagan lo contrario.
Esa es la sensación que muchas veces tiene quien, en la política actual, intenta dejar a un lado el enfrentamiento permanente y busca centrarse en resolver problemas, así como en generar oportunidades para las personas para las que gobierna o pretende gobernar.
Por eso, es coherente que, quien tiene vocación de servicio se «aburra» de la política de la imagen, el «cuñadismo», el choque, el «trilerismo» y la estridencia. Por ello, son entendibles esas declaraciones del líder de la oposición, persona con experiencia y vocación de gobierno, no de comentarista de la actualidad o de monologuista.
Y ese hartazgo es un problema grave porque son ese tipo de personas, las que entienden la política como un medio y no como un fin, las que de verdad dan sentido y honran a esta labor que, bien entendida, es una de las formas de servicio más efectivas que existen. Son las que, verdaderamente, deberían de ser mayoría en puestos de responsabilidad, pero que, por circunstancias, acaban dedicándose a otras labores.
Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. En este caso puede que así sea porque muchos de los artífices de la Transición española, si los imaginamos en la etapa actual, quedarían apisonados por el clima frenético que nos ahoga. Es cierto que el presidente Suárez, del que recientemente hemos recordado el noveno aniversario de su fallecimiento, acabó dejando la Presidencia por el clima de presión - externa e interna - al que estaba sometido, pero ahora ésta habría sido aún de mayor intensidad.
Porque no es solo que vivamos en un clima de tensión entre partidos y dentro de los partidos. No es solo es la acción política se haya vuelto algo banal y que para muchos «sea más fácil hablar de cuentos que de cuentas, hacer un titular que un presupuesto, cuadrar una foto en Instagram que las cuentas de la Seguridad Social». El problema real es que, más allá de la pompa y de algunos cargos bien remunerados –pero nada comparable a la remuneración de ciertos directivos del sector privado– la política ofrece más sinsabores que bondades para que las personas con talento y con ganas de hacer el bien, abandonen su vida y se impliquen en ella. Y es que, el riesgo de descrédito y el nivel de exposición pública muchas veces no se pueden pagar en euros.
No es solo la clase política la que tiene que hacer esta reflexión, para que los «buenos» no se aburran. Desde los medios de comunicación también es necesaria, comprometiéndose con un código ético, real y que se cumpla, que contraste fuentes antes de airear información defectuosa, hasta la sociedad civil en general, premiando con el reconocimiento a los políticos que sí que cumplan con honor sus obligaciones.
Sin embargo, como hacía Antonio Machado en sus poemas, siempre es bueno dejar una puerta abierta a la esperanza. Aunque todo parece ir abocado irremediablemente hacia el desastre y a que los «buenos» se acaben aburriendo, como el pescado, la cabeza es lo primero que se corrompe. Por tanto, quizás sea cuestión de cambiar la cabeza para que el resto del «cuerpo» se regenere. Y es que, aunque el mal haga mucho ruido, el bien suele acabar venciendo y «aburrirá» a los que impiden avanzar.
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