tribuna abierta
Votar mal
En Italia como en Andalucía, no deja de asombrarme las interpretaciones de la izquierda, su convicción de que las elecciones las pierden y las ganan ellos
Uno nunca deja de sorprenderse del complejo de superioridad de la izquierda, que no es sólo moral, como suele decirse, sino intelectual, político y por supuesto electoral, y se manifiesta de forma especialmente grosera en la derrota, que siempre es percibida como una anomalía, además ... de como un resultado interpretable únicamente por deméritos propios. Como esos aficionados de los equipos acostumbrados a ganar, para los observadores y militantes de izquierdas más enfebrecidos, los rivales políticos a la derecha no juegan y la competición es siempre entre y contra ellos mismos. Y por eso mismo, cada derrota es una tragedia, el producto de una crisis o disensión interna y, bien mirado, algo que roza lo inexplicable.
Los análisis que nos han llegado en estos días desde esa izquierda sobre los resultados electorales en Italia me recuerdan a los que aquí, por estos lares, siguen realizando algunos históricos de los treinta años de socialismo para interpretar la mayoría absoluta de Juanma Moreno, a la que continúan, en el fondo, sin dar crédito. En uno y otro caso, esas opiniones ponen un énfasis entre incrédulo y desencantado en el abstencionismo de los votantes tradicionalmente progresistas. Estiman que los resultados no son normales y de hecho no deberían haberse producido. Al igual que los aficionados del Madrid o el Barcelona cuando pierden, muchos socialistas andaluces han experimentado su derrota como una anomalía, y no dudan en expresar en privado su gran decepción con los electores. Cómo es posible que el PP haya ganado y que lo haya hecho además por mayoría absoluta, cómo entender lo ininteligible, es decir, la ominosa deserción de los votantes de pueblos y barrios populares que tenían todos los motivos del mundo, y algunos más, para votar a los suyos.
Detrás de este complejo de superioridad plena e integral, se esconde una de las convicciones más absolutas del pensamiento de izquierdas, al menos del español, aunque yo diría que el de casi de todas partes, y que se resume en la autopercepción de que 'somos' una ciudad, una región o una nación sociológicamente de izquierdas, es decir, que no solo somos mejores, sino que además somos más. ¿Qué ha pasado?, se siguen preguntando, ya con el verano por medio, políticos y gestores de anteriores gobiernos socialistas.
Porque esta segunda derrota ya es otra cosa, esta inferioridad por goleada de escaños parlamentarios, ha sido mucho más dolorosa y está siendo encajada como una humillación. Algo casi impensable ha pasado, se dicen y autoconvencen: algo que es aún más anómalo que un golpe extraño de mala fortuna, y ese algo es un comportamiento social tan estrambótico como la gente votando contra sí misma. Sí, puede que la clase política fallara, puede que la Administración socialista no estuviera a la altura, pero, aun así, eso no es causa suficiente para que los votantes de izquierdas se quedaran en casa desmovilizados e indiferentes ante la amenaza de la derecha, y no de una derecha cualquiera, sino de la derecha radical de Vox. Si no para votar a favor de los suyos, al menos tendrían que haber salido en tromba hacia las urnas para votar en contra de los otros.
Cuando hace poco Vargas Llosa, quizás en un lapsus, dijo aquello de que lo importante no era tanto votar, como votar bien o mal, muchos comentaristas de izquierdas se lanzaron a su yugular, pero los análisis de esos mismos analistas hoy revelan la misma convicción, poco disimulada, de que Italia ha votado mal, inexplicablemente mal, porque, allí, como en Andalucía, como en cualquier sitio, resulta un sinsentido absoluto que quien ha nacido en un barrio obrero, en el seno de una familia humilde, y ha disfrutado de una educación y una sanidad públicas gratuitas, o se ha beneficiado de becas y subvenciones, se haya traicionado a sí mismo, a su origen y a su identidad política, incumpliendo con su obligación de votar a la izquierda.
No seré yo quien diga que Italia estará mejor con Meloni que con Draghi, porque pienso lo contrario, pero, en este caso, como en el de Andalucía, no deja de asombrarme las interpretaciones de la izquierda, su desprecio de los contendientes políticos a la derecha del arco ideológico, su convicción de que las elecciones las pierden y ganan ellos, y, particularmente, ese sesgo en virtud del cual resulta perfectamente concebible y laudable que el residente de un vecindario burgués vote a un partido político progresista, pero inversamente resulta del todo irracional, no cabe en lógica humana, y no es ni siquiera decente.
En su modo de ver las cosas, ese comportamiento es algo tan insólito que sólo puede ser considerado como patológico. Y casi, casi, una contradicción ontológica. Porque para ellos, votar y ser es la misma cosa. Y cuando un individuo, un barrio, una comunidad o un país vota contra lo que esencialmente es, o sea de izquierdas, es porque ha extraviado la razón.
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