renglones torcidos
Este martes morirá un hombre
Marin Eugen Sabau cometió un delito y morirá. La diferencia fundamental radica en que no es el ordenamiento jurídico quien lo condena a morir
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«Mamá, acaba de nacer alguien, ¿te das cuenta? Y ahora otro. También mueren. A cada segundo». Estas reflexiones de mi hijo de ocho años son una de las cosas divertidas de ser madre. O de ser su madre, que quizá el niño es un ... poco rarito y yo no me doy cuenta porque en eso sale a mí, el pobre. Un buen amigo me gruñó hace poco: «Mariona, tú y tu manía de pasear entre ataúdes sin pestañear».
Lo normal, al menos en nuestra sociedad, es evitar el tema, como si fuera de mala educación. El tabú es tal que no lo nombramos siquiera para censurarlo: «En la mesa no se habla de religión, política o fútbol». Nadie añade que tampoco se puede mentar la parca, quizá es el único aserto que provoca unanimidad y consenso absolutos. Podemos discutir si una mujer puede tener pene, pero todos de acuerdo en que no se habla de la muerte.
Una de las múltiples causas del fenómeno es que en España, hasta hace poco, desconocíamos cuándo se produciría una. Sabíamos, como descubrió mi hijo, que a cada rato fallecía alguien, pero no le poníamos cara, nombre y apellidos. Eso ayuda a mantener la ilusión de que no nos tocará a nosotros. Largo me lo fiais, lejano queda. Otras culturas sí conviven con la muerte con la misma familiaridad que con la vida, entre otras cosas porque la mortalidad materno-infantil es muy alta sin la medicina moderna. En todo caso, no es necesario irse muy lejos para descubrir esa actitud tan distinta a la nuestra. Basta con ver alguna película de Hollywood que trate el tema de la pena capital. Impresiona ver a esos funcionarios-verdugos que ejecutan –nunca mejor dicho– con suma frialdad todo el proceso de poner fin a la vida del reo. O los ojos llorosos o inyectados en sangre de los testigos de ese tránsito de la vida a la muerte, provocado por una acción humana voluntaria, justificada por la ley.
Este martes, en España, morirá un hombre. Su muerte también estará justificada por ley, y hemos podido saber de ésta de antemano a través del periódico, como sucede en EE.UU. Tiene nombre y apellidos: Marin Eugen Sabau, 46 años. Cometió un delito y morirá. La diferencia fundamental radica en que no es el ordenamiento jurídico quien lo condena a morir. En virtud de la nueva legislación y la nueva mentalidad, la ley más bien lo salvará de ser juzgado y de cumplir su condena. Sabau quedó tetrapléjico a causa de los disparos que recibió de la policía al intentar reducirlo mientras cometía un delito. Ha solicitado la eutanasia, que recibirá en dos días.
Nuestro sistema jurídico facilitará su muerte apelando a su dignidad personal. En EE.UU. se arrancan vidas en nombre de la justicia. Y yo no puedo dejar de pensar en que, por H o por B, los estados tienen licencia para matar. Este martes, en España, morirá un hombre.
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