opinón
Y uno más
La explotación intensiva de algunos destinos, y no solo hablo de España, está claro que está alterado su esencia y los ha convertido en espacios abarrotados y ruidosos a los que ya a muchos no nos apetece ir
Hace unos años escuchaba al padre de un amigo lamentarse por la masificación que había sufrido Zahora cuando apenas, para mí, había cuatro gatos, estaban abiertos los dos chiringuitos de siempre, aún podías aparcar bien pegadito a la pared de alguna casa y hasta elegías ... dónde colocar la toalla con marea alta. Él, norteño de pura cepa, se relajaba un mes entero en una casita de alquiler modesta, tomando el sol como su madre le trajo al mundo y bañándose cuando le placía. Cómo cambian las cosas.
Ya entonces hablaba de buscar otro destino donde recuperar esa tranquilidad y sobre todo, esa soledad que tanto valora durante su mes de vacaciones. Había descubierto la costa gaditana hacía más de 30 años y desde entonces su idilio había sido inquebrantable, férreo. Hasta ese año. Saturado decía, de tanta gente, de tanto urbanismo y comodidades, se le rompió el amor. Añoraba su Zahora rupestre, esa que yo no he llegado a conocer, pero que al perece, hacían de Cádiz un auténtico paraíso.
Con el tiempo, porque de esa conversación quizás hayan transcurrido más de siete años, le entiendo. Comparto su gusto por los lugares poco concurridos, por aquellos que conservan su encanto aunque ello suponga renunciar a los «lujos» a los que estamos acostumbrados, y añoro los destinos a los que acudíamos los justos y en los que te podías sentar en una mesa a cenar sin haberla tenido que reservar con días de antelación. ¿Alguien conoce algún lugar así? Pues guárdeselo para usted. Es una información tan codiciada como averiguar el número de la Lotería de Navidad. Bueno, quizás no tanto. Porque hay que reconocer que siguen existiendo millones de viajeros a los que no les importa juntarse con otros tantos en los mismos espacios, a las mismas horas para hacerse las mismas fotos.
Las playas, sin ir más lejos, se han convertido en un destino masificado durante el verano. Encontrar un hueco en la arena para colocar la sombrilla y la toalla es misión imposible, sin contar con el bullicio de la gente y los altavoces de turno tan de moda entre algunos personajes. Cuanto dista esta escena de la imagen idílica y relajante que solemos asociar con la costa.
Podemos decir sin miedo a equivocarnos que se ha desnaturalizado en cierto modo la experiencia, convirtiéndose en algo estresante y agobiante, que cada vez se aleja más del remanso de paz y de contacto con la naturaleza que debería de ser. La explotación intensiva de algunos destinos, y no solo hablo de España, está claro que está alterado su esencia y los ha convertido en espacios abarrotados y ruidosos a los que ya a muchos no nos apetece ir.
Pero, ¿de quién es la culpa, si es que alguien la tiene? Quizás la responsabilidad recaiga sobre todos nosotros o tal vez, lo realmente importante, sea encontrar soluciones lo antes posible. Sea como fuere, hay que hacer algo. Y entre los posibles caminos a tomar, inevitablemente, todos pasan por un cambio de mentalidad y de modelo. Necesitamos apostar por un turismo más sostenible, que ponga en valor la autenticidad de los destinos en lugar de transformarlos hasta hacerlos irreconocibles. Un turismo que respete el entorno natural y el patrimonio, que genere oportunidades para los locales sin expulsarlos de sus propios barrios. Un turismo, en definitiva, que nos permita seguir disfrutando de la belleza de nuestro mundo, pero sin hipotecar el futuro de los que vienen detrás.
No será fácil, eso lo tengo claro, pero tengo esperanza. Quizás, dentro de unos años, podremos volver a Zahora, o a tantos otros rincones que ahora parecen perdidos, y redescubrir la magia que años atrás vivió el padre de mi amigo. Podremos aparcar junto a aquella pared, sentarnos en aquel chiringuito, extender nuestra toalla en aquella playa... Y hacerlo con la tranquilidad de saber que, esta vez, no estamos contribuyendo a destruir lo que más nos gusta, sino a preservarlo para que otros puedan también, un verano más, enamorarse de él.