OPINIÓN
Cosas de la vida
Tecleen en Google los nombres de Françoise y Donald y cuenten las imágenes con aspecto joven que aparecen de cada uno. Es revelador. Casi tanto como mi semana
Esta ha sido una semana un poco extraña, reveladora se me antoja escribir. Comenzó por descubrirme que sufro lo que denominan ahora ansiedad climática. Otro término de nuevo cuño que creo que padezco sí o sí. Cuando ya nos veíamos con el bañador y dándonos ... chapuzones en la playa o en su defecto en la piscina, bajan las temperaturas, asoman las nubes e incluso caen tímidas gotas que lo enturbian todo. ¿Pero llueve? No… Yo deseando que esos nubarrones dejasen toda el agua posible sobre mi casa y nada. Pasan de largo. Miro al cielo y al menos anhelo la esperanza de que descarguen en Grazalema. Que algo se quede en la tierra. Sueño con el chirimiri del norte, donde temo que a mis allegados les van a salir membranas entre los dedos de los pies de tanto charco. No saben la suerte que tienen. Ni lo saben, ni la quieren a estas alturas del año.
Y en lo que gestiono mi trauma por el cambio climático llega otra señal de que la semana apunta maneras. El detonante en esta ocasión es la Eurocopa que está en juego. El inofensivo deporte que levanta pasiones me hace darme cuenta de lo mal que me sienta la cara que le echan algunos jugadores en el campo cuando el rival les roza. Ese momento en el que más que estar viendo un partido me da la sensación de estar asistiendo a la representación estelar del próximo ganador del Óscar el Mejor Actor Protagonista. Si es que hasta siento pena por ellos, almas cándidas que viven de su condición física… antes de ver la repetición. El supuesto golpe que les hace retorcerse sobre el césped deja de ser un estacazo que les ha partido la tibia para pasar a ser un roce en el aire. ¿Se puede caer más bajo? Creo que me estoy polarizando. ¿En serio me enfada algo así? Pues sí. Dejo de prestar atención al encuentro y me pregunto por qué no existe un VAR para penalizar esta actuación. Me repatea el cuento. Un profesional no debería comportarse así. Faroles, en las cartas.
Pero aquí no acaba la cosa. La siguiente indignación es reciente pero no he sido consciente de ella hasta el jueves. Ese día en concreto falleció el actor Donald Sutherland a sus «bien vividos» 88 años de edad como ha declarado su hijo. Mencionan su desaparición en las radios, es notica en los periódicos y cadenas de televisión, abre tertulias, etc. Hasta ahí todo correcto. El cabreo va emergiendo cuando echo la vista a tras, tan solo una semana, y visualizo claramente las fotografías que acompañaron la también desaparición de la artista de la canción francesa Françoise Hardy, icono de la cultura yé-yé e intérprete de temas tan conocidos como 'Comment te dire adieu'. A él lo recuerdan los medios con su pelo cano, barba espesa y gafas de montura liviana. A ella joven, mirada perdida y lozana. ¿Alguien me puede explicar el motivo? Compro el argumento de que el veterano actor es más reconocible talludito gracias a la repercusión de la saga «Los juegos del hambre» pero no me lo termino de tragar.
Me resulta triste que Hardy, a pesar de haber sacado otros discos cuando ya no era una veinteañera y habiendo material gráfico de su persona reciente, se recurra al pasado «glorioso» de la artista para… ¿recordarnos que la juventud femenina es lo mejor de nosotras? ¿Qué cualquier tiempo pasado fue mejor y merecemos ser recordadas así?
Enlazo mi reflexión con un artículo en prensa digital en el que se entrevistaba a Maura Gancitano, una escritora y filósofa italiana, que plantea que la tiranía de la belleza nos hace ver como un simple envoltorio, algo que debe estar siempre presentable para ser aceptados en la sociedad. Quizás le de la razón. Les invito a que hagan una simple prueba. Tecleen en Google los nombres de Françoise y Donald y cuenten las imágenes con aspecto joven que aparecen de cada uno. Es revelador. Casi tanto como mi semana.