OPINIÓN
Ya tocaba
Las obligaciones brotan como enanos en cada esquina, comenzando por diseñar el menú que agrade a los comensales
Si tuvieran que definir la Navidad con una sola palabra, ¿cuál sería la suya? Familia, encuentros, comida, luces, regalos, viajes, aguinaldo, Lotería, vacaciones, brindis… En mi caso diría que es obligación, un término que a priori no parece el más positivo para una fiesta pero ... del que no me libro cuando en el calendario asoma el mes de diciembre. Bueno, ni yo ni un sinfín de personas más, ¿verdad lector y lectora?
Las obligaciones brotan como enanos en cada esquina, comenzando por diseñar el menú que agrade a los comensales y que respete intolerancias y paladares, sigue por la preparación de la casa para las visitas y se extiende a la compra y posterior elaboración de los platos a degustar. Este ritual forma parte de mi Navidad desde ya ni recuerdo y reconozco que no concibo una Nochebuena de otra manera. Hasta este año.
A mis cuarenta y algo voy de invitada a una preciosa casa donde me servirán la cena y me sorprenderán por una sucesión de manjares que no habré preparado o ido a comprar. Creo que aunque me pongan por delante una tortilla de patata precocinada me sabrá a gloria. Voy a sentarme y a dar las gracias por cada gamba y canapé que me lleve a la boca. Igual, hasta bebo una copa de vino, que quien me conoce sabe que no es lo habitual en mí. Pero ya que estamos de cambio… ¡Qué viva la Navidad!
Solo espero relajarme tanto que logre mantener a raya a ese pequeño sargento que habita en mí y no me ponga a mangonear donde no me llaman. Porque si bien es cierto que tengo una familia un tanto relajada que se ha dejado querer todo este tiempo, también es de recibo confesar que no es fácil convivir conmigo cuando me pongo en modo «ordeno y mando». Llamémoslo supervivencia. Lo defino como costumbres adquiridas, que de tanto repetirlas, terminan formando parte de nuestro carácter. Pues bien, este año hago propósito de enmienda y mi ADN va a sufrir una mutación. Cambio la palabra obligación y por celebración. Y aunque el año que viene me toque de nuevo «pringar», que me quiten lo bailado. ¡Prometo ser la reina del sarao!