OPINIÓN
Un tema incómodo
Quien se engancha suele venir de serie con la etiqueta colgada de criminal o de débil pero en lo que todos coinciden es en que son enfermos que necesita ayuda
Hoy no vengo con una cuestión fácil ni llevadera si respondiese a los cánones que marcan los calores estivales, ni con un tema exento de matices. Al menos para mí. Hoy escribo sobre la adicción. La culpable de esta reflexión por escrito la tiene el ... visionado de una conmovedora película titulada «Beautiful boy: siempre serás mi hijo», basada en un hecho real y guionizada a través de las memorias de David Sheff y su descendiente Nic. Esta cinta nos sumerge en el turbulento mundo del consumo de drogas, mostrándonos no solo cómo este hecho consume al adicto, sino también cómo afecta a todo su entorno, especialmente a la familia.
Pero, ¿qué es lo que lleva a una persona a caer en el abismo de la adicción? Como no quiero reventar el argumento de la película, diré solo que las razones son tan variadas como complejas. Algunos buscan en las drogas una vía de escape de sus demonios internos, de traumas profundos o de un vacío existencial que no saben cómo llenar. Otros sucumben a la presión social, a la influencia de un entorno tóxico o simplemente a la curiosidad. Y hay quienes, por factores genéticos o psicológicos, son más vulnerables a desarrollar conductas adictivas.
Pero sea cual fuere el detonante, hay una verdad innegable: nadie elige ser adicto. La adicción es una enfermedad, no un fallo moral. Es un trastorno cerebral que altera la química del cerebro, secuestra la voluntad y convierte la búsqueda de la sustancia en la única prioridad vital con consecuencias devastadoras: deterioro físico y mental, aislamiento social, problemas laborales y familiares, e incluso, la muerte por sobredosis. Quien se engancha suele venir de serie con la etiqueta colgada de criminal o de débil pero en lo que todos coinciden es en que son enfermos que necesita ayuda. ¿O tal vez no?
De lo que no hay duda es que el camino hacia la recuperación está lleno de obstáculos, plagado de recaídas, contradicciones y lucha. Es un viaje al interior, un proceso de reconstrucción que requiere valentía, determinación y, sobre todo apoyo. Porque la adicción no solo destruye a quien lo padece, sino que también hace añicos a quienes lo rodean. Arrasa con la confianza de padres, hermanos, parejas, amigos... todos sufren la impotencia de ver cómo un ser querido se hunde en un pozo sin fondo en el que la voluntad es la única herramienta que se requiere para remontar el vuelo. En el proceso crece la desconfianza y la fina línea que separa el amor incondicional de un controlador se esfuma.
En este sentido, «Beautiful Boy» es un espejo incómodo pero necesario. Nos muestra la realidad de la adicción sin filtros, sin juicios, con honestidad. Nos recuerda que detrás de cada adicto hay una historia, un ser humano con sueños y miedos, con virtudes y defectos. Y nos invita a reflexionar sobre nuestros propios prejuicios, sobre cómo la sociedad estigmatiza a los adictos en lugar de tenderles una mano, incluso cuando estos provienen de familias de bien, con dinero suficiente para ingresar al afectado en centros de rehabilitación a 40.000 dólares al mes. Pero ese es otro melón.
Quizás, si fuéramos capaces de mirar a la adicción con más empatía y menos juicio, si invirtiéramos más en prevención y menos en criminalización, si nos atreviéramos a hablar abiertamente de este problema en lugar de esconderlo bajo la alfombra..., entonces, quizás, podríamos aliviar el sufrimiento de tantas personas que, como Nic Sheff, luchan cada día contra sus propios demonios.
Porque al final, todos somos vulnerables. Todos tenemos nuestras batallas internas, nuestras debilidades, nuestros puntos ciegos. Y todos necesitamos, en algún momento de nuestras vidas, una mano amiga que nos ayude a levantarnos cuando nos hayamos caído. Tal vez esa es para mía la gran lección de «Beautiful Boy».