OPINIÓN
La serendipia de la justicia
El caso de Gisèle Pelicot, que ha conmocionado a Francia y al mundo, es un ejemplo desgarrador de cómo un giro inesperado puede destapar las entrañas más oscuras de una sociedad y abrir un camino hacia la verdad
La serendipia, hallazgo afortunado e inesperado que ocurre mientras se busca algo distinto, suele asociarse con descubrimientos científicos o avances tecnológicos, entre ellos la penicilina, el velcro o el marcapasos. Sin embargo, en ocasiones, también juega su papel en la búsqueda de justicia. El caso ... de Gisèle Pelicot, que ha conmocionado a Francia y al mundo, es un ejemplo desgarrador de cómo un giro inesperado puede destapar las entrañas más oscuras de una sociedad y abrir un camino hacia la verdad.
Gisèle Pelicot fue víctima durante casi una década de una cadena de abusos inimaginables. Su marido, Dominique Pelicot, la drogaba sistemáticamente y organizaba encuentros con decenas de hombres para que la violaran mientras ella estaba inconsciente. Entre 2011 y 2020, más de 50 agresores han sido identificados, aunque se sospecha que el número real podría ser mucho mayor. Gisèle desconocía por completo lo que ocurría hasta que, por un golpe del destino —o quizás por esa serendipia que a veces ilumina lo oculto—, la policía descubrió fotografías y videos incriminatorios en el ordenador de su esposo durante una investigación no relacionada directamente con estos hechos.
Este hallazgo fortuito marcó el inicio de un proceso judicial que no solo busca justicia para Gisèle, sino también exponer las fallas estructurales de un sistema que permite que crímenes como este se perpetúen en silencio. En este contexto, la serendipia no solo reveló el horror vivido por Gisèle, sino que también abrió una ventana para cuestionar las dinámicas sociales y culturales que normalizan la violencia sexual.
En un acto de valentía, la francesa decidió hacer público su caso porque entendió algo fundamental: «La vergüenza no debe ser mía, sino de ellos». En una sociedad donde las víctimas suelen cargar con el peso del estigma, su decisión es un recordatorio de que el silencio solo beneficia a los agresores. Además, su elección de mantener su apellido —el mismo apellido asociado al hombre que destruyó su vida— tiene un simbolismo profundo: redefine su identidad desde la resistencia y no desde el trauma.
Pero más allá del coraje individual, este caso nos obliga a reflexionar sobre cómo operan los sistemas judiciales y sociales frente a la violencia sexual. Los agresores identificados no eran monstruos aislados; eran hombres comunes —un bombero, un enfermero, un jubilado— protegidos por una cultura patriarcal que trivializa estos crímenes. El juicio ha puesto sobre la mesa debates urgentes sobre el consentimiento y la sumisión química, así como sobre los mecanismos necesarios para prevenir casos similares en el futuro.
La serendipia del caso Pelicot también nos confronta con una verdad incómoda: muchas veces, los crímenes más atroces salen a la luz por accidente, no porque exista un sistema eficaz para detectarlos o prevenirlos. Esto plantea preguntas inquietantes sobre cuántas historias como la de Gisèle permanecen ocultas porque no hubo esa casualidad afortunada que permitiera descubrirlas. ¿Cuántas mujeres y hombres siguen siendo víctimas en silencio porque las estructuras diseñadas para protegerlas son insuficientes o indiferentes?
Sin embargo, sería injusto reducir este caso únicamente al azar. La verdadera transformación comienza cuando ese hallazgo inesperado se convierte en acción colectiva. Gisèle ha transformado su dolor en una bandera para otras víctimas que puedan estar viviendo situaciones similares. Su testimonio no solo busca justicia para ella misma, sino también para todas aquellas cuyas voces aún no han sido escuchadas.
El juicio además ha expuesto algo más profundo: los agresores no operan en un vacío moral. Son producto de una sociedad que les permite actuar con impunidad. Como señaló Gisèle: «El violador también puede estar dentro de tu familia o tus amigos», un recordatorio urgente de que el cambio debe comenzar desde lo cotidiano.
La sentencia se espera antes del 20 de diciembre, pero el veredicto más importante ya está escrito en la conciencia colectiva. La serendipia nos ha mostrado que el mal no habita en las sombras, sino en la luz del día, en las calles de nuestras ciudades, en las casas de nuestros vecinos. Y nos ha recordado que la justicia, como los grandes descubrimientos, a veces llega por caminos inesperados.