OPINIÓN
Revolución silenciosa
La ficción, en su mejor expresión, tiene el poder de ampliar nuestros horizontes, de hacernos caminar en los zapatos de otros y de desafiar nuestros prejuicios más arraigados
En este mundo loco que nos ha tocado vivir, donde las noticias se suceden a un ritmo frenético y las crisis parecen solaparse unas con otras, es fácil pasar por alto las transformaciones más sutiles. Esas a las que, si les prestamos la suficiente atención, ... podemos comprobar como están provocando una revolución silenciosa en nuestra sociedad, redefiniendo las narrativas y desafiando las visiones tradicionales del mundo.
Y para muestra, un botón. Esta semana el Observatorio de la Diversidad en los Medios Audiovisuales (ODA) presentó su quinto informe anual, un documento que analiza meticulosamente la representación de personas LGBTIQ+, racializadas y con discapacidad en la ficción audiovisual española. Los resultados, aunque muestran avances, también revelan un estancamiento en ciertos aspectos de representatividad de la diversidad en nuestras pantallas.
A primera vista, podríamos caer en la tentación de desestimar estos hallazgos como meras estadísticas de un informe más. Sin embargo, sería un grave error subestimar el poder de las historias que consumimos diariamente a través de nuestras series, películas y programas de televisión. Estas producciones no son solo entretenimiento, a mi modo de ver son los cuentos modernos que dan forma a nuestras percepciones, valores y expectativas sociales. Los cuentos de toda la vida en versión pantalla.
La ficción, en su mejor expresión, tiene el poder de ampliar nuestros horizontes, de hacernos caminar en los zapatos de otros y de desafiar nuestros prejuicios más arraigados. Cuando vemos personajes diversos representados con profundidad y autenticidad en nuestros dispositivos, estamos presenciando mucho más que un cambio en el reparto; estamos siendo testigos de una transformación en la manera en la que la sociedad se ve a sí misma.
Sin embargo, los datos aportados por el ODA nos recuerdan que este cambio no ocurre de la noche a la mañana. La representación de la diversidad en nuestros medios sigue siendo un reflejo imperfecto de la variedad de nuestra sociedad actual. Los personajes LGBTIQ+, racializados y con discapacidad siguen siendo, en muchos casos, secundarios o estereotipados, relegados a los márgenes de las historias.
Esta realidad plantea preguntas incómodas pero necesarias: ¿quién decide qué historias se cuentan y cómo se cuentan?, ¿qué voces estamos amplificando y cuáles estamos silenciando?, ¿cómo podemos asegurarnos de que los guiones sean inclusivos y representativos de verdad?
Las respuestas a estas preguntas no son simples, pero el camino hacia adelante está claro. Requiere de un paso adelante en nuestras salas de cine, en la mente de quienes producen y en el criterio de quienes lo consumimos.
Pero a la espera de que se de este salto es alentador ver iniciativas como el Campus de Verano de la Academia de Cine 2024, que ha reunido a responsables de casting para visibilizar la diversidad en el audiovisual. Estos esfuerzos son pasos cruciales en la dirección correcta.
Sin embargo, también es de recibo decir que el desafío no se limita a la industria audiovisual. En conjunto, todos tenemos un papel que desempeñar en este proceso. Como espectadores, está en nuestra mano exigir historias más diversas e inclusivas. Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de cuestionar y desafiar los estándares dominantes que anclan la homogeneidad.
Más allá de las estadísticas y los informes, las historias que contamos y nos cuentan tienen el poder de moldear nuestras percepciones, de fomentar la empatía y de inspirar el cambio. En un mundo cada vez más extremista, necesitamos nuevos puntos de vista que tiendan puentes, que celebren la diversidad y que nos recuerden que la humanidad es plural y diferente.
Esta revolución silenciosa va en definitiva sobre reconocer que cada persona, independientemente de su género, orientación sexual, raza o capacidad, tiene una historia que merece ser contada y escuchada. Solo entonces podremos decir que nuestras historias son verdaderamente nuestras.