OPINIÓN
El precio de la fama
Exigimos a nuestros ídolos una perfección y una disponibilidad constantes, sin pararnos a pensar en el coste personal que eso supone para ellos
No soy fan ni de una ni de otro pero sus situaciones no se me van de la cabeza. El caso de la estrella de K-Pop Karina, quien ha dejado su relación sentimental por presión de sus fans, y de su discográfica dicho sea ... de paso, y la personalidad de Kurt Cobain que se lamentaba de no atraer multitudes en sus inicios pero que detestó después que le siguiese tanta gente, sintiéndose perseguido por los medios, son dos ejemplos paradigmáticos de la compleja relación entre los artistas y su público desde el principio de los tiempos.
La reciente ruptura de Karina con el actor Lee Jae-wook, apenas un mes después de que ella se disculpara públicamente por tener novio- que ya tiene tela, ¿no? -, pone de manifiesto las enormes presiones a las que se ven sometidas las estrellas del K-Pop. En una industria musical hipercompetitiva y altamente manufacturada como la surcoreana, se espera que los ídolos adolescentes proyecten una imagen impoluta de pureza y dedicación absoluta a su arte y a sus fans. Cualquier atisbo de una vida personal o sentimental es visto como una traición imperdonable por parte de unos seguidores que exigen una devoción casi religiosa.
Esta exigencia de perfección y entrega total responde a múltiples factores que van más allá de las particularidades culturales de Corea del Sur. Por un lado, la industria del K-Pop mueve cifras millonarias y las agencias de talentos invierten grandes sumas en la formación y promoción de sus artistas. Cualquier escándalo o controversia puede suponer un duro revés económico, por lo que se espera de los idols que mantengan una conducta intachable tanto en lo profesional como en lo personal para asegurar su rentabilidad.
Además, el público mayoritario del K-Pop está compuesto por adolescentes y jóvenes que proyectan en sus ídolos todo tipo de fantasías y expectativas románticas. Las estrellas son presentadas como novios o novias ideales, disponibles y entregados en cuerpo y alma a sus fans. Reconocer abiertamente una relación sentimental rompería esa ilusión y podría alienar a una parte importante de la base de seguidores.
A esto se suma el hecho de pertenecer a una sociedad hiperconectada, donde la imagen lo es todo y la privacidad es un concepto difuso, las estrellas están sometidas a un escrutinio constante por parte de los medios y las redes sociales. Cualquier desliz o comportamiento inapropiado es viralizado y puede destruir una carrera en cuestión de horas. Mantener una apariencia de perfección y pureza se convierte por lo tanto en una estrategia de supervivencia.
Y aunque el caso de Kurt Cobain, el icónico líder de Nirvana, es algo más complejo dada la naturaleza de su personalidad, no dejo de pensar en el dilema del carismático cantante ante las consecuencias de su éxito. El artista expresó en alguna ocasión el deseo de ser amado y reconocido por todos, y al mismo tiempo, el anhelo de no ser abrumado por la atención de demasiadas personas. Cobain anhelaba el reconocimiento artístico y el éxito comercial, pero cuando finalmente los alcanzó, se sintió oprimido y alienado por la atención mediática y las demandas de su público. Su trágico final es un recordatorio de los peligros de la fama en una sociedad que convierte a los artistas en productos desechables.
En nuestro peculiar estilo de vida actual, obsesionado con el consumo instantáneo y la gratificación inmediata, tendemos a olvidar que detrás de cada celebridad hay un ser humano con sus propias necesidades y deseos. Exigimos a nuestros ídolos una perfección y una disponibilidad constantes, sin pararnos a pensar en el coste personal que eso supone para ellos. Les adoramos y les destruimos con la misma facilidad, en un ciclo alimentado por la voracidad de una industria del entretenimiento que no se detiene ante nada.
El caso de Karina y su efímero romance con Lee Jae-wook es solo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo y extendido de lo que suponemos. Mientras sigamos tratando a los artistas como meros proveedores de contenido y no como personas con derecho a una vida privada, seguiremos perpetuando este peaje que asociamos siempre a la fama. Porque, parafraseando a Cobain, puede que queramos que nos quieran, pero no a cualquier precio.