OPINIÓN

Paralelos

En un mundo donde la información fluye a gran velocidad, lo que es verdad y lo que no se ha convertido en un bien escaso y, con demasiada frecuencia, en algo irrelevante cuando no nos conviene

Las últimas semanas me llama poderosamente la atención un fenómeno cuanto menos inquietante. Un universo que bien podría ser producto de la ciencia ficción pero que, sin embargo, está adoptando una forma cada vez más definida. Hablo de la creación de universo distorsionado, a medida ... de una parte de la sociedad que demanda realidades alternativas, ávida de narrativas que desafían la verdad objetiva. Como si cada uno viviésemos una existencia paralela compartiendo espacio y tiempo. Todo es igual y al mismo tiempo distinto. ¿Me siguen?

La existencia de un público conspiranoico no es un fenómeno nuevo pero sí su magnitud y su impacto, alcanzado niveles que nunca antes se habían vivido. En un mundo donde la información fluye a gran velocidad, lo que es verdad y lo que no se ha convertido en un bien escaso y, con demasiada frecuencia, en algo irrelevante cuando no nos conviene.

La investigadora Joan Donovan, de la Universidad de Boston, ha señalado cómo figuras como Steve Bannon- apodado como el ideólogo del «trumpismo» para que se hagan una idea- han dominado este nuevo campo de batalla. Bannon, con su aguda comprensión de la psicología de masas y su habilidad para manipular narrativas, ha logrado activar el comportamiento tribal de millones de personas, inundando las redes con ejércitos de trolls. Estos trolls, armados con odio y desinformación, han transformado el paisaje político, convirtiendo la discusión racional en un campo de minas para quienes no piensan como ellos.

«Bannon descubrió como enlazar lo superficial con lo profundo de una forma inédita, lo que le dio una influencia descomunal en la política de EE UU», explica la también socióloga. Esta capacidad para manipular la percepción pública ha tenido consecuencias devastadoras para la democracia y los medios de comunicación, atrapados en su propia inercia y en la búsqueda constante de clics y audiencias, tampoco supieron gestionar la irrupción de Donald Trump ni lo que significaba su ascenso al poder.

El próximo presidente de los Estados Unidos, con su estilo incendiario y su desprecio por la verdad, se convirtió en el símbolo de este nuevo universo distorsionado. Su presidencia no solo desafió las normas políticas tradicionales, sino que también expuso la fragilidad de un sistema mediático incapaz de adaptarse a la era de la posverdad. Los medios, en su afán por cubrir cada escándalo y cada tuit, se convirtieron en cómplices involuntarios de una estrategia que buscaba precisamente eso: desviar la atención, sembrar la confusión y polarizar a la sociedad. ¡Qué bien jugado!

Otro ejemplo más reciente de esta tipo de distorsión se encuentra en el caso del asesinato de tres niñas en Southport, Inglaterra. Tras el trágico suceso, se difundieron falsos rumores en redes sociales que atribuían el crimen a un inmigrante musulmán. Estos cuentos chinos, aunque infundados, provocaron disturbios y ataques a una mezquita, demostrando como la desinformación puede desencadenar en consecuencias impensable.

Otra muestra más es el bulo propagado por Donald Trump durante su reciente campaña electoral, en el que acusó a inmigrantes haitianos de comer perros y gatos en Springfield, Ohio. Esta afirmación, completamente falsa, generó miedo y hostilidad hacia la comunidad haitiana, exacerbando las tensiones raciales y sociales.

Estos tres casos son la punta de un iceberg con una inmensa base que nos deja una fría lección a su paso: aquellos que controlan las narrativas dominan el mundo. Así que llegados a este punto solo puedo pensar en cómo debemos enfrentar este desafío. Repensar el papel de los medios de comunicación y su responsabilidad en la era digital considero que es fundamental. Los medios deben recuperar su papel como guardianes de la verdad, resistiendo la tentación de la inmediatez y el sensacionalismo. Deben invertir en periodismo de investigación, en la verificación de hechos y en la educación mediática de la ciudadanía.

Pero en esta lucha han de estar acompañados de manera unánime por las plataformas de redes sociales. Los magnates de nuestro ocio y fuentes de información insustituible para millones de ciudadanos han de asumir su responsabilidad en la propagación de la desinformación. A ellos les corresponde implementar medidas estrictas para combatir este lastre y promover un entorno donde la verdad y el debate informado prosperen. Porque a este ritmo, el más insignificante de nuestros males será que Trump vuelva a gobernar.

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