Opinión
Palabras, al fin y al cabo
Porque detrás de cada libro, hay siempre más de una historia: la que se cuenta y la que se vive en el silencio de su creación
En el mundo de las letras, la figura del escritor es tan venerada como misteriosa. Se les imagina en soledades creativas, entre montañas de libros y papeles, o tecleando en la penumbra de la inspiración. Pero, ¿qué sucede cuando el nombre en la portada no ... es quien realmente forjó las palabras que se encuentran tras sus tapas? Esta semana, un artículo en la prensa ha sacado a relucir a esos artesanos de la sombra: los escritores fantasmas.
Los ghostwriters, o como se les conoce en el ámbito hispanohablante, «negros literarios», son esos seres que, como bien apunta la Real Academia Española, trabajan anónimamente para lucimiento y provecho de otro. Y aunque su existencia no es novedad, su «salida del armario» nos invita a reflexionar sobre la autenticidad y el valor de la autoría.
Tomemos, por ejemplo, a Alexandre Dumas, cuyas obras maestras como «Los tres mosqueteros» y «El conde de Montecristo» fueron embellecidas y expandidas por Auguste Maquet, aunque solo el nombre de Dumas adorne las portadas. O a H.P. Lovecraft, quien escribió «Preso entre faraones» para que Harry Houdini se llevase los aplausos. Incluso Shakespeare y Marlowe, dos colosos de la literatura, podrían haber colaborado en secreto.
En tiempos más recientes, nombres como Stephen King y J.K. Rowling han utilizado seudónimos para publicar obras, aunque por razones distintas a las de ocultar su identidad. Y qué decir de James Patterson, cuya prolífica producción ha levantado sospechas sobre la autoría real de sus libros.
Y si bien la figura del escritor fantasma ha sido estigmatizada y vilipendiada, la realidad es que muchos autores, periodistas huérfanos de redacciones entre ellos, han podido pagar sus facturas gracias a este tipo de trabajo. Déjenme darles solo un dato: en la actualidad, con más de 80.000 libros publicados al año en España, ¿no es evidente que no todos los autores tienen la capacidad o el tiempo para escribir con soltura? Es aquí donde los escritores fantasmas entran en juego para el beneficio de todos los lectores.
Por lo tanto, este secreto a voces, me lleva a preguntarme: ¿es la firma lo que cuenta o el talento detrás de la obra? ¿Es menos valiosa una novela por haber sido escrita por un autor anónimo? La industria editorial, con su voraz apetito por bestsellers y nombres vendibles, parece tener clara su respuesta.
Pero más allá del debate ético, no podemos negar el talento y la habilidad de estos literatos en la sombra. Son ellos quienes, a menudo, dan voz a personalidades que, aunque tienen historias que contar, carecen de la destreza para plasmarlas en el papel. Son, en esencia, los arquitectos de sueños ajenos, los que construyen castillos con palabras que otros habitarán.
Por ejemplo, en este periódico que ha caído en sus manos una mañana de sábado, alabamos la palabra en todas sus formas, incluso cuando el verdadero autor permanece oculto. No estamos hablando de «periodistas fantasmas» pero, ¿a caso creen que esos artículos que se firman como Redacción o Agencias se han producidos solos? Porque al final, como lectores ansiosos de nuevos puntos de vista o información, lo que nos queda es la historia, la emoción, la reflexión. Palabras, al fin y al cabo, que trascienden, mal que nos pese en algunas ocasiones a los periodistas, a quien las escribió para cobrar vida propia en la imaginación de cada quien.
Y así, mientras los escritores fantasmas continúan en su discreto vaivén, nosotros seguimos devorando páginas, quizás con una nueva apreciación por el misterio que encierran. Porque detrás de cada libro, hay siempre más de una historia: la que se cuenta y la que se vive en el silencio de su creación.