OPINIÓN
Voy a meterme en un jardín
Algunos sostienen que imponer cuotas podría comprometer la integridad artística, sugiriendo que las obras deben ser evaluadas exclusivamente por su mérito intrínseco y no por quién las crea
Esta semana se ha producido un hecho un tanto peculiar en un evento de cine que no es el de San Sebastián. Lejos de ser noticia en el Telediario, me ha llamado la atención por la cuestión que plantea. Les pongo en contexto. Mariona Borrull, ... periodista y especialista en cine, ha renunciado a ser parte de un jurado en el Festival de Sitges, la cita ineludible para los amantes del género fantástico del séptimo arte, motivada por la «total ausencia» de cineastas mujeres y no binarias en la sección Brigadoon. Y con este acto, la profesional, que se declara no binaria, ha logrado que nos planteemos un profundo debate sobre si debe o no haber una cuota de igualdad de género en certámenes o eventos relevantes.
Por un lado, el gesto de Borrull puede interpretarse como un llamado urgente a la acción. Su renuncia no es simplemente acto de protesta; es una declaración de principios que subraya la importancia de la representación equitativa en todos los ámbitos culturales. Al decidir no participar, la periodista se niega a ser cómplice de lo que percibe como una injusticia estructural. En un comunicado que ha emitido, anima al festival a implementar medidas efectivas para lograr la igualdad que promueven. Este tipo de acciones pueden ser vistas como catalizadores para el cambio, forzando a las instituciones a reevaluar sus prácticas y políticas.
Además, el argumento a favor de su decisión se refuerza con el hecho de que la diversidad no solo es un tema de justicia social, sino también una cuestión de enriquecimiento cultural. La inclusión de voces diversas en el cine no solo amplía el espectro narrativo, sino que también ofrece nuevas perspectivas y experiencias al público. Ignorar estas voces podría limitar la riqueza y complejidad del arte cinematográfico.
Por otro lado, los críticos de la decisión de Borrull podrían argumentar que su renuncia es más simbólica que efectiva. El Festival de Sitges ha respondido señalando que existen trabajos dirigidos por mujeres en otras categorías y que han desarrollado programas para promover la igualdad. Además, destacan que el festival selecciona las producciones basándose en criterios de calidad e idoneidad, sin recurrir a cuotas. Este enfoque podría interpretarse como una defensa del mérito artístico por encima del cumplimiento forzado de paridad.
La respuesta de la organización al comunicado de la ex miembro del jurado también pone sobre la mesa una cuestión relevante: ¿debería priorizarse la identidad del creador o creadora sobre la calidad del contenido? Algunos sostienen que imponer cuotas podría comprometer la integridad artística, sugiriendo que las obras deben ser evaluadas exclusivamente por su mérito intrínseco y no por quién las crea.
En este sentido, es importante considerar si las acciones individuales como las de Borrull realmente impulsan cambios sistémicos o si son necesarias estrategias más integrales y colaborativas. La presión pública puede ser efectiva hasta cierto punto, pero sin un compromiso institucional y políticas claras para fomentar la diversidad, los cambios pueden ser superficiales o temporales.
¿Quién tiene razón en este debate? Probablemente ambas partes tienen argumentos válidos. La renuncia es un gesto valiente y necesario para visibilizar la desigualdad en el cine y en otros tantos ámbitos que no cuentan con este alcance mediático. Pero también es cierto que el festival ha dado pasos en la dirección correcta, aunque quizás no al ritmo que muchos desearían.
En mi opinión, su decisión abre el debate sobre diversidad y representación de género en todos los terrenos, no solo en el cine. Por un lado, evidencia tanto las carencias como las oportunidades para avanzar hacia una mayor inclusión. Sin embargo, también plantea interrogantes sobre cómo equilibrar el mérito con la necesidad urgente de mejorar la diversidad. En lo que no me cabe duda es en que este es un diálogo necesario que debe continuar evolucionando para asegurar que todos los talentos tengan una plataforma justa y equitativa. El objetivo, a fin de cuentas es avanzar, en este caso, hacia un cine más justo, plural y representativo de la sociedad en la que vivimos. Un cine donde el género no sea un obstáculo, sino una fuente de riqueza y creatividad.