OPINIÓN
El error
Asumir que nos equivocamos sin excusas es un paso imprescindible para crecer como profesionales y como personas
Si está leyendo esta columna sabrá que hablo de usted. No voy a mencionar ni su nombre ni su cargo pero desde este espacio quiero darle las gracias. Reconozco que no me lo esperaba, que me pilló con el pie cambiado y que hubiese sido ... más sencillo para los dos, al menos para mí, que no me hubiese sacado el tema. Sin embargo lo hizo.
Todo sucedió de una manera natural, sin insinuaciones ni medias tintas. Directo al grano: has cometido un error y te lo hago saber. En ese momento quise que me tragase la tierra pero tras el trago amargo llegó la reflexión. Su comentario, lejos de ser un plato de gusto, solo ha dejado en mi la voluntad de ser mejor. Sus palabras me recordaron varias cosas, comenzando por lo importante que es ser humilde.
A menudo, el orgullo de escribir en un medio, de que se comparta un texto, de que tu nombre se publique junto a una foto, etc, puede nublar el juicio, haciéndonos reacios a aceptar críticas. Sin embargo, la franqueza con la que abordó el tema me obligó a ver mi error de frente. Me enseñó que reconocer un fallo no es una señal de debilidad, sino de fortaleza. Es un recordatorio de que siempre hay espacio para mejorar, para aprender y para crecer. Aunque no vayan a pensar que reconocer un desliz es fácil. Más bien lo contrario. Es una lucha constante entre las justificaciones que invaden la mente y la realidad. Sin embargo, asumir que nos equivocamos sin excusas es un paso imprescindible para crecer como profesionales y como personas. La autocrítica nos permite identificar nuestras debilidades, aprender de ellas y trabajar para superarlas. Sin esta capacidad de introspección, corremos el riesgo de estancarnos y de repetir los mismos fallos una y otra vez. Como ve, la breve conversación que mantuvimos ha removido más de una idea.
Siguiendo con mis conjeturas caí en la cuenta del valor de la comunicación directa y honesta. En nuestra sociedad, y me atrevería a decir que en la mayoría, a menudo se evita el conflicto y se prefiere la diplomacia o la hipocresía. Por el contrario, su enfoque directo fue un revulsivo. Me demostró que a veces, la mejor manera de ayudar a alguien es siendo sincero, incluso si eso significa decir cosas difíciles de escuchar. Y esta sinceridad además no solo es valiosa en el ámbito profesional, también en las relaciones personales. Cuántas veces nos guardamos comentarios por miedo a herir sentimientos o a crear tensión. Pero al hacerlo, perdemos la oportunidad de crecer. Una crítica constructiva, ofrecida desde el respeto y el cariño, es un regalo. A menudo, por otro lado, nos esforzamos por proyectar una imagen de perfección, de tener todo bajo control que no se ciñe a la realidad. ¿Errores yo? Nunca. Nos dejamos de comparamos con otros y nos sentimos inadecuados cuando no alcanzamos los estándares que nos fijamos. El listón está muy alto y la realidad es que nadie es perfecto. Todos luchamos con situaciones en las que no todo sale bien.
Cuando nos atrevemos a mostrar nuestras vulnerabilidades, cuando admitimos que no siempre tenemos todas las respuestas, creamos espacios para la empatía. Aunque a muchas personas les cueste ver sus meteduras de patas y renieguen de ello por sistema, reconocerlo, lo único que hace, es aproximarnos. Recuerde que todos merecemos respeto y una segunda oportunidad cuando nos equivocamos.
Así que gracias, de nuevo, por su sinceridad y por su crítica constructiva. Gracias por recordarme el valor de la humildad, de la comunicación directa y la vulnerabilidad del ser humano. Su gesto no solo me ha hecho un mejor profesional, sino también una mejor persona. Y eso, al final, es lo que realmente importa.
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