OPINIÓN
Cuando «más» es demasiado
La masificación turística llega a muchos rincones y en todos, está acarrea más o menos graves consecuencias para sus habitantes
Binibeca Vell, un pequeño poblado de pescadores en Menorca, es el ejemplo perfecto del fenómeno sobre con el que hoy quiero reflexionar con ustedes. Y sí, estoy segura que aunque sea sábado y me lean a una hora temprana ya saben de qué les estoy ... hablando. Exacto. Turismo masivo o turistificación. O como quieran llamar a esa marabunta de personas llegadas por tierra, mar o aire abarrotando un destino.
Bautizado como el «Mykonos español» por su parecido arquitectónico con la isla griega, este lugar ha ganado popularidad en las redes sociales, lo que ha llevado a un aumento exponencial en su número de visitantes. En los meses de verano, más de 800.000 personas recorren sus calles, en una carrera frenética por conseguir la mejor foto.
¿Se lo imaginan? No hay duda que estamos ante un interesante «dilema». Los vecinos no paran de repetir que quieren vivir tranquilos y más de un responsable político ya alza la voz asegurando que sus poblaciones han llegado a su límite. Pero qué se puede hacer cuando lo que te están exigiendo es obligar a la gallina a que deje de poner huevos de oro.
Todos somos conscientes de que el turismo es una de las principales actividades económicas a nivel mundial, y España no es que sea una excepción, es punta de lanza. Las cifras este año ya son de récord. Lean: el mejor primer trimestre de la historia con 16,1 millones de turistas extranjeros, la posibilidad de terminar 2024 desbancando a Francia del primer puesto mundial con la visita de más de 100 millones de viajeros y una más que previsible apertura de 260 nuevos hoteles en el próximo año y medio. Vértigo siento al escribirlo. Vértigo y miedo. Es como ver al Titanic arrogarse sin remedio sobre el iceberg que lo hundió.
Pero volvamos al trasiego de Binibeca Vell. Su realidad no es exclusiva. Hasta en Lavapiés se están quejando de que ya no se puede vivir en el popular barrio madrileño. La masificación turística llega a muchos rincones y en todos, está acarrea más o menos graves consecuencias para sus habitantes. Este fenómeno que nos trae de cabeza tras la pandemia, conlleva el aumento de los precios de la vivienda y los servicios básicos, dificulta la vida cotidiana de los residentes habituales, provoca la pérdida de la identidad cultural e incluso su patrimonio histórico puede verse afectado.
Ante este panorama, surge la pregunta: ¿es posible la transición a otro modelo turístico, más sostenible y respetuoso? La respuesta no es sencilla. Hay tantos intereses de por medio que el esfuerzo por encauzar la situación se prevé titánico.
Sin querer dármelas de entendida, que no lo soy, considero que para lograr un turismo sostenible es necesario promover la existencia en los vecindarios de una población estable, mediante la inversión en viviendas de protección oficial, la regulación del alquiler turístico y la promoción de actividades comerciales de proximidad. También es importante mejorar las condiciones físicas y sociales de los barrios de una forma que no potencie los procesos de gentrificación y turistificación.
Pero además, a esta fórmula tan fácil de expresar negro sobre blanco es necesario que le añadamos el valor llamado viajeros. Hemos de ser conscientes de nuestro impacto en los destinos que visitamos y ser consecuentes con ello.
Está claro que el turismo es una de las dinámicas de acumulación de capital más importantes a nivel mundial, pero también es una de las actividades económicas que más impacto social y ambiental genera. Por ello, ante la necesidad de una transición en nuestro modelo económico optemos como turistas que somos, en la medida de lo posible, por elegir destinos menos conocidos y masificados y adoptar prácticas más sostenibles y respetuosas cuando cojamos la maleta. Seamos la parte que puede contribuir a un turismo más justo y equitativo. Ayudemos, hasta que se resuelva la ecuación, a aliviar los inconvenientes que genera a otros nuestras ganas de pasarlo bien.