Opinión
Basta de dramas
Necesitamos consumir historias que nos recuerden que, pese a todo lo malo, existe la posibilidad real de que las cosas salgan bien
Vivimos en tiempos en los que la realidad supera en ocasiones a la ficción. Basta con encender la televisión o echar un vistazo rápido a nuestro móvil para enfrentarnos a una cascada de malas noticias. Esta semana, sin ir más lejos, el recordatorio de la ... pandemia o el asesinato de una educadora social a manos presuntamente de dos menores. Por eso, reivindico desde este espacio la necesidad de volver a poner de moda los «finales Disney».
No se trata de caer en el simplismo ni en la ingenuidad, sino de entender que también es posible contar historias realistas y profundas cuyo desenlace nos deje con una sonrisa. Parece que algunos creadores han olvidado que un final feliz no tiene por qué ser artificial ni forzado. Al contrario, puede ser perfectamente verosímil y honesto, reflejando esa esperanza cotidiana que nos ayuda a seguir adelante.
Últimamente, muchas series y películas parecen competir en quién logra el desenlace más oscuro. Como si para ser tomado en serio fuera obligatorio sumergirse en la desesperanza. Pero, ¿no es igual de valioso mostrar cómo los personajes superan adversidades? ¿No es igualmente profundo narrar cómo alguien encuentra motivos para seguir luchando?
Necesitamos consumir historias que nos recuerden que, pese a todo lo malo, existe la posibilidad real de que las cosas salgan bien. No hablo de mundos perfectos ni de cuentos infantiles; hablo de relatos humanos y cercanos donde el optimismo sea creíble y contagioso.
Porque la ficción también cumple otra función más allá de la de entretener: nos ayuda a imaginar futuros posibles, nos motiva a creer que podemos superar dificultades reales. En definitiva, nos ofrece herramientas emocionales para afrontar la vida con mayor confianza y menos miedo.
Por eso insisto. Dejemos las tragedias para los informativos y apostemos por contenidos que devuelvan la esperanza al primer plano. Porque bastante complicada es ya nuestra realidad diaria como para negarnos el derecho legítimo a disfrutar, al menos en nuestras pantallas y libros, de un merecido «final Disney».
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