Opinión
Aprender de la vida
Me siento afortunada de estar donde estoy, de contar a mi alrededor con personas maravillosas y que, a su vez, sus problemas sean igual de nimios que los míos
No quiero comenzar la columna del sábado hablando de la tragedia humana que estamos viviendo en España en estos días y sin embargo lo hago. Evito ver los informativos, leer las noticias o escuchar la radio para evadirme de las informaciones terribles que llegan cada ... minuto por cualquiera de estos canales. Y sin embargo lo hago. No ayuda tampoco a mi intento de abstracción responder a las llamadas y mensajes de familiares y amigos que, siendo de fuera y pasando por Cádiz la DANA, te hacen preocupados por si algo parecido nos estuviera pasando por aquí. Y sin embargo, lo hago. Qué le vamos a hacer. Este gesto tan noble se convierte de repente en una carga que lamento no agradecer profundamente porque en el fondo me recuerda las desgracias que otros están sufriendo en este momento. Simplemente, no quiero. Pero la vida, que es sabia hasta cuando menos te apetece, me pone por delante la historia de una madre de una pequeña con discapacidad del cien por cien. Soltera, sin tejido familiar que la sustente y con una progenitora también dependiente. Pleno.
Ya se harán a la idea de cómo es su devenir diario, con un trabajo sin asegurar pero que le permite compaginar con el cuidado de su pequeña de salud inestable. Todo son alegrías en su día a día. Y sin embargo, ahí sigue. Tira adelante porque no le queda otra, como ocurre con la mayoría de los cuidadores o mejor dicho, cuidadoras, que nos rodean. Casi invisibles, desempeñan una labor que no todos están dispuestos a llevar a cabo con resignación y voluntad quebrada porque, sin haberlo buscado, su destino se ha fundido irremediablemente al de otro ser humano que depende de ella. A muchas les llega en un momento dulce, cuando ya sienten que su tarea de madres ha finalizado y comienzan una nueva etapa en la que dedicarse más a sí mismas que a los demás. Otras, como a nuestra cuidadora, les sucede cuando menos se lo esperan. De una u otra manera, la tarea está ahí y no hay marcha atrás.
Anhelo entonces que me agobien con audios de Whatsapp con tono angustiado y doy gracias porque la lluvia caída no ha hecho estragos como compruebo por las noticias que nos rodean. Es una de cal y otra de arena. Está claro que la vida es un presente que en ocasiones está envenenado y por más empeño que uno ponga en envolverlo bonito, no hay por donde cogerlo. Un desastre natural o la falta de oxígeno durante un parto dan al traste con esa existencia idealizada con la que todos soñamos. C'est la vie.
La conclusión a la que quiero llegar es que me siento afortunada de estar donde estoy, de contar a mi alrededor con personas maravillosas y que, a su vez, sus problemas sean igual de nimios que los míos. Ya se encargarán los días que nos quedan de traernos situaciones menos agradables e insulsas como las que ahora me inquietan. Solo voy a disfrutar de mi regalo como si de una mañana de Reyes se tratase y dejaré que la vida me sorprenda con lo que me tiene preparado. Sin dormirme en los laureles pero sin adelantar acontecimientos. Porque problemas tenemos todos, eso está claro, pero acontecimientos como los de esta semana me hacen relativizar ciertos asuntos. Así que, por mi parte, no esquivaré las noticias amargas y prestaré atención a quienes no están en su mejor momento. Hago propósito de enmienda y limitaré mi empatía a lo estrictamente necesario. Al menos esa es la intención. Lo que me dure, ya se lo contaré.