tiro al aire
Secarte el pelo
Si el XIX y el XX fueron los siglos del reparto de la riqueza y el trabajo, el XXI parece destinado a ser el del reparto de los hijos
De todas las pruebas ordinarias a las que te somete un hijo pequeño, llevarlo a clase de natación es una de las más ingratas. Para empezar, en las piscinas climatizadas hay ola de calor todo el año. Están pensadas para el nadador, que no bañista, ... y no para las visitas. Es lo lógico, pero hasta cierta edad, cada niño necesita de su acompañante. De hecho, en las sesiones para bebés, el padre o la madre se meten con el pequeño. Es una fase que muchos progenitores obviamos por la misma razón por la que llevamos a nuestros hijos a natación: queremos que no nos necesiten en el agua. Pero seguimos siendo indispensables cerca.
El niño que viene vestido para fuera ha de ser ataviado para dentro: bañador, gorro, calcetines de agua, chanclas, gafas y toalla. Igual me dejo algo. ¿Fácil? Prueben a encajar un gorro de goma, con tallaje siempre equivocado a la baja, en la cabeza de una niña que adora Frozen y La Sirenita. No ha dicho nada del color de sus pieles, pero sí de la longitud de sus melenas. Quiere igualarla. Le dejo caer que son unas cursis y le raciono la dosis princesil. Luego pienso que si, por mi comodidad, lograra raparla, las nuevas sectas podrían convencerla de que es un niño. Lo de dotar de ideología al corte de pelo no es nuevo, pero jamás pensé que Disney sería un refugio frente a otras fantasías.
Una de las normas básicas a aplicar en la crianza es la practicidad, que no siempre significa comodidad. Es más cómodo bañar a los hijos en casa, pero si te los llevas sin duchar de la piscina, trabajas el doble. Así, el verdadero martirio de la natación requiere de una concentración mental kasparoviana y una rapidez y coordinación a lo Alcaraz: quitarle el cloro al niño en duchas compartidas, con calzado de calle, cuidando de no mojarte ni tú ni la ropa limpia, maniobrando en un banco de vestuario y vigilando que el peque no pise el suelo sin chanclas... El nuevo entrenamiento quematoxinas. En caso de pelo largo, el ritual continúa. Secador y peine. Sube la temperatura. Tirón. Grito. Los otros nadadores que abandonan la sauna. Los de la nueva clase que llegan. El ruido exterior se confunde con el de tu cabeza. Ese informe del trabajo que aún no has entregado, la obra de teatro que ya no verás porque cuánto hace que no sales por la noche.
Visualizas tijeras de peluquería, te agobias porque no has pensado la cena y terminas preguntándote por qué tienes hijos. Y esa, precisamente, es la pregunta que me hace disfrutar el momento. No sé contestarla. Pero me lleva a otra: ¿Quién quiero que le seque el pelo a mi hija? Yo. Si el XIX y el XX fueron los siglos del reparto de la riqueza y el trabajo, el XXI parece destinado a ser el del reparto de los hijos. Cada vez nos tocan a menos y menos horas. Por eso, pequeña, algún día te explicaré por qué es tan especial y revolucionario poder secarte el pelo.
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