TIRO AL AIRE
La palabra y las mil imágenes
La palabra dada. ¿Y si es lo único que puede salvarnos ante tanta manipulación? En política, en los negocios, en el amor
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Últimamente tengo la sensación de que vengo del futuro. Tiene su gracia porque no soy especialmente tecnológica. Sin embargo, es mi percepción ante toda esa gente descubriendo que se pueden crear y manipular imágenes con la Inteligencia Artificial. Como si no hubiéramos construido una ... parte del mundo a base de montajes y mentiras, fotos incluidas. Ya verás cuando se enteren de que Photoshop ya está inventado y que trucar es de carcas. Stalin borraba a sus enemigos de las fotos y hasta Hitler terminó por eliminar de varias instantáneas a Goebbels, el maestro de la adulteración del mensaje. Quitarle o ponerle al relato está en nuestra esencia. Otra cosa es que hayamos idolatrado en exceso lo de que una imagen vale más que mil palabras. No quiero decir que, con la tecnología, la cita no haya envejecido bien. Dice Wikipedia que el primero que la lanzó fue Ibsen y ahí sigue su 'Casa de muñecas'. Casi tan inmortal como verificar y acudir a las fuentes. Lo de la imagen y las palabras en 'marketing' se mantiene como regla de oro, sobre todo por eso de que la mente retiene lo visual más fácilmente, lo que no quiere decir que sea más cierto, real u objetivo. Lo mismo pasa con la palabra escrita o hablada.
La última vez que buscamos piso de alquiler en Madrid elegimos uno bastante luminoso y le mandamos al dueño nóminas de los dos y demás documentación. En cuanto nos dijo que sí quedé con él para recoger el contrato. Quedé en mandárselo firmado por los dos esa misma noche y nos estrechamos la mano. Al aparcar en casa, cuando fui a coger los papeles que había dejado en el asiento del copiloto llegó un WhatsApp. Era del casero. Que había llegado otra pareja después que nosotros y cómo lo sentía, bla bla bla... Luego me contó un amigo que cuando él buscaba piso en Madrid –otro terreno donde no siempre las fotos son lo que parecen– se aseguraba de llevar un fajo de efectivo en el bolsillo para pagar una reserva en el momento de la visita. Pero yo sólo podía acordarme de mi padre.
Siendo yo muy pequeña, le compró un solar a una vecina. Cuando la señora murió, o quizá después, cuando empezaron las obras, el arquitecto preguntó por las escrituras, por los papeles, por las firmas, por el contrato. No tengo nada, dijo mi padre. Pero no le vi preocupado. El día que fue a ver al abogado le explicó tranquilamente, sin inmutarse, que la vecina y él se habían echado la mano. Contrato de palabra, dijo el abogado, y como tal lo apuntó. Al cabo de un tiempo, apareció con toda la documentación necesaria. Como notó que yo lo había mirado raro, me explicó que «así se hacían antes las cosas, de palabra». La palabra dada. ¿Y si es lo único que puede salvarnos ante tanta manipulación? En política, en los negocios, en el amor. En lo que sea. No me digan que no parece un mejor futuro. Qué cosas, como un futuro al que volver.
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