TIRO AL AIRE
La mamitis de Montesquieu
La mamitis es la demostración más clara y fehaciente de que los hijos no son del Estado
Vengo aquí hoy a manifestarme en abierta rebeldía. Enarbolo mi bandera contra la RAE que acaba de registrar en su diccionario el término mamitis con la acepción de «excesivo apego a la madre».
No es la mía una queja sobre el género del vocablo. Es ... más, mi voto a favor de la papitis. Porque de la papitis, como de la mamitis, hay que preocuparse cuando no hay.
Mi oposición al término lo es abiertamente por su sentido: se ha elevado al diccionario una acepción cuñadista, una –falsa– creencia de los sabelotodo de la educación ajena.
Porque el apego a la madre no puede ser excesivo. No existe amor de más a los padres en la infancia. Es nuestra propia naturaleza. Es ciencia, es supervivencia, es protección. No se imaginan cómo me muerdo la lengua –y me enveneno– cada vez que alguien me suelta lo de la mamitis. Miren, a ver si se entiende: la mamitis nos salva de que el niño se vaya con cualquiera. La mamitis hace que se fíe de mí antes que de un amigo, suyo o mío, divertidísimo. Que haga oídos sordos aunque le prometan universos repletos de unicornios y vaciados de brócoli. La mamitis es eso que hace que nuestros hijos no acepten el caramelo del extraño. Es un radar interno, una guía impagable para los menores. Permite que mi hija me localice en las gradas del pabellón del Estudiantes entre cientos de padres y abuelos el día de la función de Navidad y ese pequeño puntito en la distancia que represento para ella le aporte más seguridad que cualquier máster de 'coaching'. Es el 'dame tu fuerza, Pegaso' perfectamente ejecutado. Dicho de otra forma, la mamitis es la demostración más clara y fehaciente de que los hijos no son del Estado. Es más, la mamitis es la prueba de la auténtica separación de poderes desde la más tierna infancia: la de la persona del Estado.
Pero yo, cual plumilla que aún sigue tildando el adverbio sólo, no tengo autoridad para decir esto. Así que, dentro Montesquieu. Al padre de la separación de poderes, seguramente, le hubiera encantado disfrutar de su mamitis muchos más años: su madre, Marie-François de Pesnel, murió cuando él tenía 7 años. Le había dado tiempo a dejarle un gran legado. Cuando nació, sus padres buscaron al pequeño Montesquieu un mendigo como padrino del bautizo. Querían que nunca olvidara que los pobres también eran sus hermanos. Quizá la grandeza del jurista que puso algunas de las bases más sólidas de nuestras democracias es esa. Educado en la idea de que sí, somos todos hermanos, incidió en que hay que respetar que cada uno es de su padre y de su madre. De ahí el espíritu de libertad y diversidad que promulgó para las leyes. Porque tan importante es separar los poderes del Estado como al Estado del individuo. No sólo para no confundir al niño con el Estado, también para que ninguno llegue a creerse algún día que él, y sólo él, es el Estado. Porque eso sí que es ser un malcriado.
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