Cuando aquí de toda la vida de Dios hemos sido de Tosantos

En el colegio de los marianistas llevábamos cada uno nuestra bolsita de frutos secos ‒nueces, almendras, pistachos, pasas…‒ de los que dábamos buena cuenta en el recreo

Que aquí de toda la vida de Dios hemos sido de oír misa de Difuntos, llevarle unos crisantemos a la tumba de la tía Ricarda que en Paz Descanse y, si acaso, ‒que es fiesta de guardar‒ despachar unos frutillos secos acompañados de aguardiente de ... la tierra o Machaco de Rute según se tercie.

Yo recuerdo mi infancia en la Cádiz ‒«Señorita de adviento, novia del mal» o algo así‒ de don José María Pemán y Pemartín. Entonces en el colegio de San Felipe Neri en estos días de luto y memoria no íbamos disfrazados como payasos y muñecos del diablo que dan una jindama, un yuyu y un mal fario que ríete tú del tío Camuñas con el que nos amenazaba la abuela Frasca, que era una santa, cuando no apurábamos el bote de aceite de hígado de bacalao.

Venía diciendo que en el colegio de los marianistas llevábamos cada uno nuestra bolsita de frutos secos ‒nueces, almendras, pistachos, pasas…‒ de los que dábamos buena cuenta en el recreo. Qué recuerdos los del Padre Eufrasio enseñándonos a romper las cáscaras de nuez con los cantos de la era. A veces nos las pelaba él. Luego, cruzábamos en fila al antiguo mercado de la Virgen del Rosario a ver los Tosantos, que no es como el moderno de ahora, sino un mercado de barrio, castizo, como Dios Manda.

Para nosotros aquello era una auténtica excursión ‒no como ahora que llevan a los chiquillos a Barcelona y otros sitios de perdición para hacer sabe Dios qué cosas‒: ver esas pijotas con melenas, esos cochinos con frac y pajarita o las langostas tocando el ukelele… Esos jurelitos que desfilando como militarotes daban hurras al Caudillo y aquél pescadero que a modo de maestro de esgrima iba ensartando la fruta con la cabeza del pez espada a modo de florete. No tengo para olvidar.

Pero, ay, cambiaron los tiempos ‒a peor, por supuesto‒ y entraron por tierra mar y aire ‒por el cine, sobre todo por el cine‒ esas influencias yanquis del demonio. Que de hecho, mi señora esposa y yo dejamos de ir al cine ‒solíamos ir al Macario, el de El Puerto‒ cuando aquellas parejitas pelando la pava como si aquello fuese un 'tocaero' o un 'putiferio'. La última que vimos fue La vaquilla de Berlanga, qué risas. Y en la cartelera películas que si del hombre araña, el hombre murciélago, el hombre ornitorrinco y su puta madre. Perdón, que me acelero.

Y Supermán. Cuando aquí el único héroe de carne y hueso ha sido Pemán. Don José María Pemán. Qué bonito por cierto el artículo de cuando cayó el meteorito en Cádiz, y con qué gracia contó don José María cuando un avestruz se subió en lo alto de la Torre Tavira. No veas para bajar al bicho de ahí.

Disculpe el atento lector la digresión. Decía que esta verbena del demonio y de las calabazas ‒ay, esas calabazas que con tanto mimo cultivan los mayetos de Rota para que la señora nos haga una sopa de ídem. Que eso está para chuparse los dedos‒, decía que esto es una colonización cultural americana, una especie invasora y un camelo. Y mira que no me gusta usar el nombre de Don Cristóbal como un verbo peyorativo, pero es que encaja muy bien.

Bueno, pues vengo a decirles yo en esta tribuna de prensa que aún hay esperanza. Viendo la pasada noche una entrevista al ministro Corcuera en El Gato al Agua, en un receso, me dio por zapear, y en uno de estos canales de fútbol salió un joven tertuliano, un tal Alberto Duro y con toda la seriedad del mundo se plantó en el plató y preguntó abiertamente: «¿Qué es jalogüín?», dándonos voz a muchos que no sabemos de qué van estas moderneces y estas americanadas. ¿Qué es jalogüín?, lo secundo yo.

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