Opinión

Spiriman, héroe o villano

«A un enfermero o a una doctora no se le pueden exigir superpoderes, sino simplemente –y no es poco– profesionalidad y humanidad»

recisamente me coge en Granada la noticia de la muerte del doctor Jesús Candel, 'Spiriman', que en Paz descanse. La noche del jueves nos acostamos con una goleada histórica del Granada al Sporting que presenciamos 'in situ' en el Nuevo Los Cármenes, y ayer nos ... levantamos con la triste noticia. Se solapan los pesares, porque a la muerte todos son virtudes. De hecho sería una canallada despotricar sobre un cadáver caliente, sobre una persona que fue y que perdió sus defensas. Si no te sale decir algo bueno o bonito, no seas hipócrita, apártate y espera a que el tiempo ponga en su lugar al personaje o expresa su merecido «descanse en paz» y punto.

Quizás el obituario, que es el artículo de opinión de los periodistas con vocación de enterradores, sea la única pieza que te permita expresar los hechos o dichos de una persona que no son positivos. Hacer un balance vital, saldar su vida, intentando no cargar mucho tu visión subjetiva, pero sin caer en la hagiografía. Yo me pregunto quién fue este Jesús Candel. Si fue bueno, malo o regular; o quizás las tres cosas a la vez, como somos todos los seres humanos con la excepción del bueno de Pepe Griñán.

Spiriman –me cuenta mi padre, que coincidió con él en el hospital Ruiz de Alda de Granada– era un médico de Urgencias, amable y simpático, con inquietudes y con vocación social, la cual canalizó por dos vías: la altruista con sus asociaciones de ayuda a los niños enfermos como 'Spiriball', y la reivindicativa, encabezando las mareas blancas por los derechos de ese personal sanitario que a la postre, en pandemia, sería elevado al Olimpo y tratado de superhéroe. Que esa es otra, a un enfermero o a una doctora no se le pueden exigir superpoderes, sino simplemente –y no es poco– profesionalidad y humanidad.

Recuerdo las primeras imágenes públicas de Candel, pelo ensortijado, enjuto, moreno y ojos de mapache, con un altavoz y alzado a hombros alentando una manifestación –supuestamente apolítica o transversal– por la Gran Vía de Granada. En un momento –2015– en que la crispación política y el guerracivilismo volvían a llevarse, se agradecía unas reivindicaciones en la que las únicas banderas ondeadas eran las batas blancas.

Yo hago mío aquello que escribió Jesús Bienvenido para 'Los mendas lerendas': «Mi bandera es la camisa/ blanca del pueblo blanco/ que ondea con el Levante/ como la vela de un barco». En fin, con el tiempo voy dándole cada vez más importancia a las formas, y cada vez soporto menos a la gente maleducada, malhablada o que no controla sus prontos. Aunque luego te digan: «No, es que fulanito tiene muy buen fondo». Me da igual, no tengo más ganas de seguir hollando la sima humana de esa persona. Y a Spiriman le perdía la boca. Primero cargando contra Susana Díaz y, luego, contra todo lo que pillase a discreción.

De siete palabras que decía, once eran insultos o vocablos gruesos. Y la verdad es que este revolucionario de fonendo empezó a atragantárseme. Creo que a Jesús Candel se lo fue comiendo el personaje: Spiriman.

No lo seguí mucho más. Sé que se debilitó mucho con el cáncer y lo sentí, de corazón. Y me hago otra cuestión: ¿Era necesario seguir grabándose hasta la última agonía? No sé, quizás se pueda interpretar como un gesto de resistencia para quienes pasen por una situación tan jodida, o acaso es que era tal su egolatría que narraba lo morboso hasta frisar lo pornográfico. En fin, ya digo que de los cadáveres en caliente no hay que hablar mal, pero ya ven lo contradictorio que es uno, que somos todos. Sólo me queda desear que Spiriman, superhéroe o supervillano –mejor las dos cosas, que los humanos somos así– descanse en paz y mandar un abrazo muy fuerte a sus familiares.

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